martes, 14 de febrero de 2017

SARCÓFAGO DE ARCILLA

Imagen cogida de la red





SARCÓFAGO DE ARCILLA




En cierta forma, siempre he odiado las ausencias y las distancias.
Nadie puede soportar tanta arcilla de olvidos, ni caminos sin boca y ojos.
En el ataúd del tiempo, los vacíos como una almohada de anestesias:
alguien ríe de excrementos impronunciables, desde epitafios entre comillas; una onomatopeya malsonante acaba siendo el oprobio.
Me gustaría que hubiera sinónimos irreversibles para el bautismo, afiebrados
como las pesadillas, vacíos como una ventana, indecentes como el sollozo
de la miseria, torcidos como la resurrección del cierzo.

(Vuelo, por si acaso, en el aforismo de una vagina, en el tropezón de una lengua
con jadeos, casi a flor de piel lo traslúcido de la salvación de mi alma.
Toda la lucidez se viene en la liturgia del ábaco.
La sal hiende los calorcitos de la saliva, la flama del alcanfor de las aceras,
o esa flor desteñida de taberna con rímel ahogado en la cadencia.)

Hay cosas que pasan mientras los pájaros cantan o se refugian en las ramas.
Antes era más rápido (me dice) el reloj de los recuerdos. Hay evidencia de ello,
aunque en algún momento escuche la expresión: ¡más despacio!
Así,  con las manos ocupadas y el sopor imposible del fluir.
Ahora sonrío restregándome la cara frente a las estanterías hundidas
de las aguas: siempre es así este juego de la nada, incluso de la muerte.
Debajo de la cobija uno cierra la respiración.

Alrededor del hundimiento parece que flota el estruendo de los barrotes.
En un país tan lejano no hay plomada para el equilibrio…
Barataria, 21.XII.2016

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