miércoles, 8 de febrero de 2017

ROCES CON LA ARCILLA

Imagen cogida de la red





ROCES CON LA ARCILLA




Huele mal toda la carne del ahogo, el dolor pantanoso del polvo, la absurda
neutralidad de los ojos, y la pureza de los embriones frente a los bisturís
ciegos de lluvia. Con los golpes alargados de la tempestad.
Dentro del ojo los perennes roces con la desairada risa  de lo extraño.
La hiel de pañuelos vuelve inédito cada uno de los sollozos del tiempo.

Sobre los pensamientos, los cementerios cubiertos
de rigurosa pasión; mientras, en el silencio vertical de los suspiros,
crece la hamaca de las miradas con un dolerse de kerosene entre el eros
de las tumbas. Sangran los croquis del luto.

Sangra la eucaristía del viento y ese prontuario de exhumación de sueños.
Más allá de esos rugidos sin sentido del cielo, uno siempre gime en las pupilas.
A veces es exhausto el enredo de la jaula y adusta la saliva.

Se llega al punto de amurallar las vigilias y las canastas amarillas
de los gestos de los cadáveres, y la carcoma del aguacero en las ojeras.

Nunca he sabido que tengan piedad las telarañas del insomnio.

Tampoco sé si es posible zurcir el aliento, esconder la sombra en una lágrima entreabierta, quitarle el cascajo de la noche a las sepulturas.

En toda la nostalgia del barro, el dios sepulcral de los inciensos,
los atavíos quemados del crepúsculo, la ruda masticada por lo del ijillo,
y el fuego que nos reclama a la hora de pensar en la aurora de los zapatos.
En medio de lo informe, este sudor de tiempo con sabor a humanidad.
Barataria, 15.XII.2016


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