viernes, 10 de febrero de 2017

ESTANTERÍAS CONVULSAS

Imagen cogida de la red





ESTANTERÍAS CONVULSAS





En el silencio se pueden ver las estanterías convulsas de los alfileres.
Las restregadas sordas de los chuchos en el polvo, me advierten de las moscas
apoltronadas en la orillita del misterio: su ruido negro es como una bocanada
de humo salido del candil empinado del ansia.

No es fácil atravesar el menudo hilo del aliento, sin alguna nomenclatura.

A cada rato el cuerpo babea sus aguas, tartamudea el barniz ceremonial
de las indiferencias, el rescoldo de las pupilas descompuestas;
en las calles siempre hay un olor sepulcral de huesos, de dril la gota de sudor,
el médano de fotografías carcomidas.

En el pulso tiemblan los refuegos de la desnudez y las diademas destrenzadas 
de los encajes, y los senos del disimulo encendido de las semanas;
el juego de dientes siempre intriga, lo mismo que las palabras
del remordimiento, o las pelucas trenzadas a empujones.

Junto a los disfraces utilizados para vivir, están los parches de misterio 
que uno quiere ponerle a la vida; están los golpecitos de pecho frente a la hedentina,
y hasta los gritos despeinados de las solapas.

Siempre ocurre lo mismo con los juguetes de cuerda para la niñez.

Uno sopla el fuego añadiendo saliva a la flama sin dejar de pensar
en el responso del olvido o en la tempestad minúscula de las piedras del mal.
La única potestad que advierto, es el ornamento a los goterones de ojos
al desabrochar el temblor de la carne justo cuando abro el pecho…
Barataria, 17.XII.2016

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