martes, 18 de octubre de 2011

TATUAJES BAJO LA AXILA DEL SUSPIRO

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(Sin duda los tatuajes quedan como ese oleaje en la respiración
que se vislumbra la densidad del poema, rumor a dúo de la noche.)
Imagen tomada de Miswallpapers.net




TATUAJES BAJO LA AXILA DEL SUSPIRO




—¿Recuerdas todavía nuestro éxtasis lejano?
—¿Por qué quieres que vuelva a recordarlo en vano?
PAUL VERLAINE




Náufraga la campana debajo de las axilas, el inconsciente
del piano en la superficie de las mariposas que revolotean
en la boca petrificada de las moscas.
Ante los tatuajes no son necesarias las sombrillas,
nuestro camino es la relativa pestaña de los caminos bifurcados
en el íntimo ombligo del horizonte;
después de todo, los huesos no emblanquecen con desodorantes
de lágrimas, ni hay instructivos para leer las banderas
desde las disidencias, desde la nube que cuelga en el bolsillo
de ciertas noches salvajes sostenidas en la espalda de los grifos.

En el suspiro empiezan las cerraduras a abrirse, a vaciar
toda la escoria del calendario, el secreto de los caracoles,
las abejas sobre la tempestad del inconsciente del costado
del primer sueño puesto en las boyas inflables del cielo con peces
con peces rotundos como ahogarse en las aguas de la cachaza
del ombligo, con la misma matemática de los tulipanes
en un país donde la demencia es igual al frío de los glaciares,
igual a las inundaciones a las orillas del Acelhuate,
igual a todas las fantasías que alimentaron infructuosamente
la infancia, la hoja desgajada desprovista de la ternura necesaria.

(Lo cierto es que todo quedó en palabras muertas, sin sentido;
O, nosotros, pensando en cuentos olorosos a campánulas, perdimos
el rumbo de los mediodías, el humillo de la saliva,
y nos quedamos sólo con el devaneo clandestino de las abejas
buscando el sudor momentáneo de las palabras que describen
nuestra historia, la puesta del pie sin carnaval, sin acomodarse
a la metafísica, sin ser recurrente juego de luces.
Al final me da igual perder el lápiz del horizonte sin tu cuaderno,
traspasar la pizarra seca de la breña,
quedarme en el calcetín estacionario de las nubes. Me da igual.)

Pero hay tatuajes que no se borran con olvido y vaselina, ni fregando
los poros con excremento de gallina negra,
ni cruzando las glándulas sudoríparadas del apetito,
ni dispersando los quejidos del moho, ni la vehemencia del madero.
Nos queda todo el tiempo quemado de las alcancías, en el fondo
del bolero donde la locura es otro universo amamantado,
pubis en esta sed de cielo, perfumado tintineo de silabas, quizá
puerto para la protuberancia del tren húmedo del aire.
He comido todos los tatuajes del pálpito en la canela incandescente
de la fruición; he lamido, desde dentro, la saliva del epicentro,
el retrato jorobado de la sed, la mesa viviente del goteo hasta romper
la inminencia, las hierbas afrodisiacas del presagio,
el estrépito perfumado hasta el cuello.

(Sin duda los tatuajes quedan como ese oleaje en la respiración
donde se vislumbra la densidad del poema, rumor a dúo de la noche.)

Barataria, octubre de 2011

2 comentarios:

Marian Raméntol dijo...

Sigo diciendo que cada visita es una experiencia en sí misma, gracias por nutrirme.

Marian

André Cruchaga dijo...

GRACIAS A TI, MARIAN, POR TU GENEROSO COMENTARIO. SIEMPRE ERES BIENVENIDA A ESTE CIELO A CABALLO;Y, SIEMPRE,REITERO, TU GENEROSA SABIDURIA PUESTA EN TUS PALABRAS.

UN ABRAZO,

ANDRE CRUCHAGA