viernes, 7 de octubre de 2011

FRÁGIL CLARIDAD


Me pierdo en el sonambulismo de tantos y tantos proverbios:
nunca conocí la tibieza de mis bisabuelos, el ojo filantrópico
que diera golondrinas, una espiral de lámparas para combatir
la somnolencia, unas campanas húmedas para cegar mis oídos,
un sueño fecundo sin pagarés ni letras de cambio.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





FRÁGIL CLARIDAD




Entre sombra y ceniza, a veces la claridad se torna epitafio.
Entre cargos de conciencia pasan tantos nombres que a menudo
debo olvidar el mío, los peldaños carcomidos de las escaleras,
el pájaro oscuro que jamás he vuelto a restañar.
Cuando hablo de claridad llego al punto de convergencia:
la dualidad del tiempo solamente, la ventana que comienza
en la tarde a recibir el cadáver del crepúsculo; el que busca
la claridad, la verdad, siempre está sólo, nadie lo acompaña
en la incertidumbre, albatros en la herida del viento.

Cuando el pabilo se apaga, también se cierran las ventanas,
los sueños rotos tiemblan sin costuras en los árboles,
nací así cuando Heráclito buscaba el mismo pozo para beber
agua, y San Juan gemía en su cama disfrazada de sosiego:
el hastío es como un río de dientes afilados,
aunque haya lámparas es difícil contener el oleaje,
la vuelta a la casa, la sencillez que fue devorada en el camino,
más frágil que el aliento, la claridad pasa leve por las bisagras,
rebota la imagen del reloj en el espejo,
los silencios inasibles de las esferas, la soga disfrazada
de bufanda, enredada en las pupilas.

Me pierdo en el sonambulismo de tantos y tantos proverbios:
nunca conocí la tibieza de mis bisabuelos, el ojo filantrópico
que diera golondrinas, una espiral de lámparas para combatir
la somnolencia, unas campanas húmedas para cegar mis oídos,
un sueño fecundo sin pagarés ni letras de cambio.
Siempre hay un traspiés borrando las huellas de la garganta,
El horizonte es una palabra confusa, sobre todo cuando
se está poseso de lo escurridizo, del tintineo catarroso de la noche.
Quien busca la claridad, siempre encuentra la noche
el tiempo con sus raros violines, los algoritmos podridos
de la secularidad, el excesivo humo en la indiferencia de las calles,
la conciencia fragmentada por el aprendizaje.

Pero la claridad, después de todo, hace lo suyo: contra el impudor
la rotundidad de las rendijas, no los fantasmas simulando
el alfabeto, el párpado dentro de la noche. No.
En aquellos días decapitados fue necesaria la resequedad;
aunque en cada gruta ahorque mis faroles, acojo inocentemente
la hoja que drena la luz en mis manos.
Sé que la claridad es tan frágil como un vilano. Lo sé.
por eso me purifico en las fuentes del rocío, con mis propios
rudimentos, endurecido por oscuros candelabros.
Bajo la madera de las puertas, domestico mis tropiezos, a sabiendas,
A sabiendas que el camino es largo y la noche corta.

Barataria, octubre de 2011

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