lunes, 3 de octubre de 2011

EN EL LUGAR DE SIEMPRE


Alguien viene a visitarme pero los caminos huyen,
es visible la cruz del otoño en mis hombros,
las aceras que arden, domésticas en mis zapatos,
la seducción de las paredes donde cuelga el calendario
sorteando la muerte de todos los días.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




EN EL LUGAR DE SIEMPRE




En el mismo lugar de siempre el alfabeto en la alforja
del ascua, a menudo descosido en el plomo de las sombras;
otras veces, otras veces, sinuoso, siempre río de este cuerpo
que sostiene los espejos tentativos del horizonte.
Alguien viene a visitarme pero los caminos huyen,
es visible la cruz del otoño en mis hombros,
las aceras que arden, domésticas en mis zapatos,
la seducción de las paredes donde cuelga el calendario
sorteando la muerte de todos los días.

Debo pensar en el metabolismo del lápiz y el cuaderno,
en el anverso primario de la penumbra, ponientes días
diluidos en mis ojos; debo anticiparme el vuelo en el lugar
siempre: el tapial del códice que guarda la lucidez del vuelo,
la lluvia tocada por la manos de la espina:
estoy siempre repartido entre la flama y el incensario,
entre tardes confiadas y senos entregados,
entre persianas inmutables y arco iris arrancados al tiempo.
Nada culmina a los ojos arrancados a la noche,
cierto granito adormecido en la costumbre, cierta ceniza
decadente en mis dientes, historias que despiden cipreses,
calles que dan la sensación de anfiteatro.

Muerdo el calcañal endurecido del dulzor, el cielo alto
de la agonía, el escudo forjado en el ansia, el hospedaje
oscuro de mi esqueleto, a ratos, frío como el tránsito de la luz
dejada en los tejados,
como las esferas solas que ensayan plegarias en la noche.

Tiemblo en la voz que supura en las puertas:
también hay abismos de luz tardía en el vacío de las cosas,
en la razón que hacen visibles las ventanas,
siempre el horizonte es más espeso en la lejanía de la sal,
desafío cada ángulo de las palabras,
el brillo perecedero de la tinta, la muerte que supone lo irrevocable,
hago escribir los paraguas del olvido, la vieja tristeza
que escribo en capítulos, la silueta del olvido
en el mismo lugar donde el dolor tiene la misma bufanda,
y la mirada presencia de trenes y barcos hundidos
en la herrumbre de la memoria:
nace la presencia de la fuga, este es el lugar de siempre
con sus muchos años de hojarasca, meses de heridas sordas,
días sin amanecer ni explicarse, días enterrados en la palabra,
días inventados buscando la noche,
como el búho dócil de la agonía.

Después de esta vida, despojado de mis tiliches, no sé adónde iré,
no sé las caras que me contendrán, ni los brazos
que cambiaron la transparencia por el destierro:
sigo, sin embargo, en el mismo lugar de siempre, vestido
de tardes, alrededor del crepúsculo…

Barataria, octubre de 2011

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