domingo, 16 de octubre de 2011

MEMORADO DE BALCONES


Todo cuanto se abre, lo ve el tejado de los ojos,
crece la mata de la respiración desde su tallo de eucalipto;
persigo el corazón hipnotizado de los gorriones,
cada hoja de árbol que cae y fermenta el humus de las cosas,
de tal forma que los ojos deletrean el confín profundo de los muertos;...
Imatge presa de la xarxa





MEMORADO DE BALCONES




Provocador de las grandes fuentes sombrías,
alojado en la voluntad animal.
FRANCISCO MARADIAGA




En la emboscada se abren los balcones clandestinos del aliento,
la aurora en la escalera del aliento, el tiempo desconocido
de las abejas en la rama de las lágrimas que una vez fueron
el vilano de la ebriedad. Como en Luvina, sólo vivimos nosotros,
cargando la hamaca de tantas dudas, el loco caballo perdido
de la cordura, el taburete blando de las nubes,
la puerta que a veces respondió a los dictados del pecho.
Desde la neblina los días huraños de las sombras mordiendo
hasta el cansancio, o el simple delirio de ver la campana del horizonte.

Todo cuanto se abre, lo ve el tejado de los ojos,
crece la mata de la respiración desde su tallo de eucalipto;
persigo el corazón hipnotizado de los gorriones,
cada hoja de árbol que cae y fermenta el humus de las cosas,
de tal forma que los ojos deletrean el confín profundo de los muertos;
veo cierta obsesión por las apariencias,
es una labor de minuciosa competencia, —¿para qué, me digo?—
sin duda para triturar los sueños que no son dados con naturalidad
por los arcanos relámpagos previos a la lluvia,
al peculiar espejo de la miseria humana que nos adentra, sin decirlo,
en otra armadura sin cabellos, sin sesos, sin alma.

Escribo hipnotizado dentro de las paradojas del arco iris,
Abro los espacios de hoy y de mañana, y resulta difícil, no obstante,
caminar entre neumáticos gastados y grasientos,
entrar a comedores donde nadie ríe,
ni ve la ciudad sin camisa sobre el plato, el goteo de las axilas,
el pudor dibujado de los genitales cubierto con servilletas mal lavadas,
saleros que se abren a las moscas como el paisaje de todos los días
en nuestras calles; después de todo, arrimo el pie al taburete
en que la conciencia se sienta cansada de tantos golpes:
¿Qué pasará después, al término del día cuando el café espeso haya
hecho el efecto deseado y sigamos retenidos en el colador mezquino
del subdesarrollo, tras la propia partida del sosiego?
Sin duda, habrá de sacudirse la fatiga, el horizonte amontonado
de piedras, los suspiros de la sed sobre la tierra, el maquillaje
hundiéndonos de los pies hasta las sienes, sonámbulos de tanta
distancia, almendros para hacer la sienta en la madrugada del siguiente
día que nos espera en el guardapolvo de los armarios,
quizá para sofocar el fuego o esconder el cuchillo con avidez
de gargantas de los exploradores de metales.

Al final me resisto a renunciar a la lucidez de un pubis en mis pupilas,
me niego a la espuma y al miedo,
me niego al trance de lo ilusorio, aborrezco los montepíos y las cantinas,
también empiezo a dudar de la alegría con aplausos,
cuando el aliento llega a mis manos puedo recoger las semillas
trabajadas con sudor y tinta, con insaciable papel…

Barataria, octubre de 2011

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