viernes, 4 de febrero de 2011

CÁRCEL


En esta tierra, de pies a cabeza; de este a oeste; de norte a sur,
los brazos desnudos, arqueados, dentro del pozo del sigilo.
Los huesos callados duelen en la piel, nos ciñen las cucharas
de la respiración, la cara azotada por vientos fatigados:
andamos en pecho sordos bicentenarios,
guacamayas de meses sin almácigos, meses con hamacas de sal;
Fotografía: Paolo Neo


CÁRCEL





La vida me arrastraba de la mano
hacia un verano gris.
JON JUARISTI




En esta tierra, de pies a cabeza; de este a oeste; de norte a sur,
los brazos desnudos, arqueados, dentro del pozo del sigilo.
Los huesos callados duelen en la piel, nos ciñen las cucharas
de la respiración, la cara azotada por vientos fatigados:
andamos en pecho sordos bicentenarios,
guacamayas de meses sin almácigos, meses con hamacas de sal;
nuestro lecho es nuestra cárcel: morimos aquí entre peñascos
derramados por la rama del metilo;
ardemos aquí, con la soga rota del aliento y no pasa nada:
el vejamen ha sido la palabra exacta de lo vivido;
caminamos dentro del muro que nos asesta ojos tristes,
amos e imperios cocidos al carbón de los cuchillos.
Duele el horizonte quemado de la frente: el cuerpo derribado
dodos los días, la mente saqueada,
el espejo salpicado por tactos de granito;
desde siempre hemos tenido esta condición de novela negra:
cada día nos encierra en su final oscuro,
cada día ciega la respiración de los besos, la verdad a medias
de los que hablan o callan, el quiasmo severo del rostro en la fosa.
La vida corta la filatelia de los barrotes:
el miedo es la vianda desabrida de la ceniza en un País de desvaríos;
las paredes nos enturbian cada vez la mirada, cada vez más noche
como la ropa sucia tendida en las calles, las noches precisas
sobre los meses de invierno de las tejas, —(yo, vos, luces mortecinas
alrededor de los silencios de la noche, en la hamaca de los eucaliptos,
en las persianas ajenas a los ojos.
No sabemos hacia dónde nos avienta el puño del granito,
ni el final de esta zozobra de serpientes,
ni la estatua sin listerine en las encías, ni las pupilas alborotadas
del desprecio, ni la envidia en caricias de terciopelo.)
—Nos toca caminar entre el silencio de los muertos: a menudo
nos quedan grandes las mortajas, no así los grilletes de la tristeza.
Ojalá un día todo sea olvido: olvidar nombres, muertos, besos,
cuerpos putrefactos, murallas, mares que andamos;
ojalá esta cárcel no termine de cercenar la conciencia y nos convierta
a todos, en invisibles latidos de la espuma.
Por ahora, me quedo desenmadejando pájaros debajo de la sábana:
—vos y yo, sin pena ni gloria, como simples mortales en el ruidillo
de los serruchos, ahogados en la otra página de nuestra propia
destrucción, el mundo memorioso de los orgasmos…

Barataria, 31.I.2011

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