miércoles, 15 de septiembre de 2010

PECES CIEGOS EN LA LUZ DEL BALCÓN

Gastadas corrientes de la zarza sobre el pez antiguo del balcón.
Venimos de rostros gastados por gotas de tiempo, instantánea
Espuma en los ojos, líquidos espejos inhabilitados en la escopeta
De los adoquines. Amanecemos inútiles, venidos de la arena.
En las manos, la bacinica de la niebla hasta las rodillas,
Hace del juego pulmones sacudidos,
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PECES CIEGOS EN LA LUZ DEL BALCÓN







La inexistencia es hueca como las máscaras y su visión es
lívida, pero tú oyes el grito de las madres del agua y acaricias
los ojos que vieron la inexistencia.
ANTONIO GAMONEDA






Gastadas corrientes de la zarza sobre el pez antiguo del balcón.
Venimos de rostros gastados por gotas de tiempo, instantánea
Espuma en los ojos, líquidos espejos inhabilitados en la escopeta
De los adoquines. Amanecemos inútiles, venidos de la arena.
En las manos, la bacinica de la niebla hasta las rodillas,
Hace del juego pulmones sacudidos,
Chorritos de sol, pedazos de sonrisas reales, ventisca de ojos fallidos,
Relojes de polvo mordiendo los poros, desfile de musgos compungidos,
Ancianos ya sin ciudadanía,
Pequeños lavatorios para el llanto oportuno,
Mordiscos de vitrinas como anzuelos domésticos,
Monotonías de la boca colgando del ciempiés del sueño.
En las tumbas callosas de la labranza, el surco de la sangre anegado
De tierra, ecos de la ventana sobre el plato íntimo de la sábana.
En esencia, la luz hermética y de rodillas. Las hormigas trasegadas
En sal, los platos rotos en amor benigno.
La mendicidad en catedral, mariposa al filo del mediodía.
Nos guarecemos en el balcón de la espina; somos el granero
De su recuerdo, el aún zapato sobre el adoquín. La ropa colgada
De la alambrada, la conciencia trabajada en cada página irremediable.
Me aferro a esta doctrina de símbolos.
—Árboles bajo la nube de la promiscuidad, amorosas lágrimas
De la sobrevivencia, empapadas de yerba glacial, calles de cercanos
Carbones a punto de colapsar en la boca,
A punto de morder los calcetines,
Y olvidar la risa en el agua ciega de los días finales.
Desde luego no es fácil contener la risa en la concavidad de las manos,
En el dedo gordo de la tierra,
En la llovizna del grito acostumbrada al miedo intemporal
De los guacales respirados por el frío.
Desde luego la ubre de la noche se abre como salarios mínimos.
Agoniza la ventana de las luciérnagas frente al extraño apetito
De la boca, frente al punzón inerte de la siesta, frente al violín de la misa.
Siento que los párpados como quemaduras,
Arrasan con las paredes desde adentro hasta sólo quedar el luto,
Y la noche enterrada en los espejos del miedo.
De pronto, también, ya nada es posible en la memoria:
Cada calle tiende telarañas, amaneceres descalzos en el sombrero,
Hambres que los pétalos no entienden,
Bejucos de ciego sabor, batallas perdidas por la sangre.
Desde los cuatro costados, la sal en las costillas,
Las verdades a medias de las cartas, húmedas de herrumbre.
Al final, los peces mueren enredados en la corriente,
En los simbolismos indecibles de las espuelas y las ganzúas.
Barataria, 13.IX.2010

2 comentarios:

Marina Centeno dijo...

Y sí -André- es en ese encierro donde el pez aprende a morir lentamente, en la profundidad de un paraíso hondo, profundo como el viento cuando lleva entre el agua una corriente triste.

Salud, Poeta.
Marina Centeno

André Cruchaga dijo...

En pos de ese paraíso van todos los arco iris, el pentagrama y el braceo; de otro modo, no existe la profundidad.

André Cruchaga