domingo, 4 de abril de 2010

HISTORIA DE TU CUERPO

En la distancia la memoria se llena de vestigios. Carne tuya
Y mía, el yagual de los poros en la boca,
Esa historia ahí, sólo desvelada por el trueno, hálito petrificado
En mi subconsciente.
Ilustración tomada de la red








HISTORIA DE TU CUERPO







Algo debe morir cuando algo nace;…
TOMÁS SEGOVIA






En la distancia la memoria se llena de vestigios. Carne tuya
Y mía, el yagual de los poros en la boca,
Esa historia ahí, sólo desvelada por el trueno, hálito petrificado
En mi subconsciente.
Historia de los dos, combustión de aquellos cuerpos cálidos,
La boca ávida sobre el vientre, piel entregada como metal fundiéndose.
Te veo ahora, sorda, empapada de silencios.
La noche entró en tus pupilas.
Ahí en el índigo de este cielo, tus muslos tendidos en la brisa.
No supe retener en el pecho la brasa de los amantes,
El labio sumido en el azúcar de tu ombligo,
El hilo de la risa sobre tu piel humedecida.
Hoy, sombras que a tientas se buscan en el sueño. —Sorda distancia
En la proximidad de la noche. Casi desvelo este oficio de vivirte.
Hoy, cuando escribo la imagen pendular del azar, el aroma terco
Del destino, tu piel vigente sonriéndome en la tristeza.
Puedo oírte desde la planta de los pies hasta la boca, eras así,
—Tierra líquida, caracol abierto en mis lóbulos. O yo un torrente
Sobre tu cintura, cuerpo del gozo.
Nacías apenas a la vida cuando el trino descendió a la llama:
Fuiste la luz augural del alba,
Mesa ardiente de la fantasía, pilar de la dulzura en los días
Más oscuros del País, rama de mis zapatos, mantel de jade, ese asombro
De palpitaciones ávidas sobre tu cuerpo.
Hoy, a tanta distancia de la miel, me toca evocar entre la neblina,
Tu pecho de césped y tus ojos de azúcar, la cobija del pan,
El invierno íntimo de tu aliento, el inefable ámbito de la tibieza,
Ávida religión de los geranios en mis ojos.
La historia no borra la pasión de aquellos años, ni gasta los espejos
Sobre el desván de la memoria, sólo te respiro en mi designio,
Racimo de agua en mi pecho,
Literalmente alacena en mi garganta.
Junto al calendario, el oleaje de cuerpo, el de entonces,
El de siempre, el impaciente pétalo escrito en el pecho, el furtivo
Lienzo de los poros, embriagada desnudez de la transparencia.
Hoy, sin embargo, razonamos sin márgenes de error la propia historia,
La respiración de aquella llaga,
La espera que horadó los labios,
La razón que para sentirte es otra cosa: hay nostalgia desde que
Amanece, siempre el apego pulsante a tus manos,
La primera estrella viva en tus pupilas,
La madeja de viento que vivimos entre los pinos, dentro del río
De la sed, trascielo de nuestra sangre y deseos.
Ahora rige, desde la distancia, el manual del estupor, mientras
Hojas y semillas siguen audibles en mis oídos.
Con todo, acechas estos párpados atónitos del calendario.
El traje matinal de la saliva, este vaho que animan los espasmos,
El ciego cuerpo de la lascivia…
Barataria, 29.III.2010

2 comentarios:

Lisarda dijo...

Las marcas del tiempo en el amor y en el cuerpo: un hermoso poema que va y viene del ayer al hoy, del entonces al todavía.
André, sigo leyendo tu blog con la alegría del descubrimiento.
Un saludo desde Argentina,
Ignacio

André Cruchaga dijo...

Querida amiga Lisarda: gracias por tu generoso comentario. La vida tiene todo esto: vaivenes,ocasos, amaneceres. Es en todo caso la memoria que en momentos fluye de tal manera hasta revivir en la hamaca del alfabeto las vivencias múlñtiples.
Mis mejores parabienes para ti.

André Cruchaga