Imagen pintura de Max
Ernst
VENDAS NAUSEABUNDAS
Largas como el pañuelo de
la noche, las vendas de sal del sollozo, las vendas que conducen a voluntades
transgredidas, nudos de silencios en disfunciones testamentarias. Arrecian,
ahora, las pesadillas de la antesala inusitada de los caracoles, los coágulos
azules en un país desconcertante, jadeos desparramados en la tos de Heródoto.
En la oscuridad de la almohada, espuelas, molduras y guacaladas, el lamparón
alado de las sombras en los cuerpos flagelados de sonidos que provoca la
desgracia. De todo, ruedan mejillas y párpados sobre el amotinamiento de los
retortijones. (Las máscaras postreras no
lo dejan a uno agonizar, ni ganarle en especulaciones al tiempo, ni renunciar
al cenicero del otro lado del disfraz. Uno no puede desviarse de la culpa
tramposa de los sueños húmedos, del azar agachado de las poluciones, o de la
toxicidad material que poseen los alacranes).
El pájaro de poca fe se deslengua en el intento punitivo del olvido: hoy son crédulas las escrituras de la desmemoria en un albergue de falacias. Cualquiera sabe de los resuellos de la asfixia y de la tomadura de pelo, fecunda, que posee la meditación más profunda al punto de quemar la tinta en un pezón.
Del libro: «Paraíso de
la demencia», Barataria, 2016
©André Cruchaga
Imagen pintura de Max
Ernst
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