Imagen
pintura de Max Ernst
CONVERSACIÓN EN UN
ESTANQUE NUBLADO
En el fuego apagado el puño de ceniza entre las manos y las
salpicaduras en desbandada de las cataratas de todas las palabras extraviadas
en el horizonte de los esplendores negruzcos de la brasa nadie ahí cuando la
caligrafía de la desnudez se desploma y suben del subsuelo las lombrices los
inventos difusos de la eternidad como los objetos insondables de la melancolía
o el ronquido de los muertos en su propia eternidad: hay alrededor sombras de
fábulas dolientes y antiguas indiferencias avanzando hasta la opacidad plena de
los minutos desconozco hacia dónde avanza la materia de la noche y sus grifos
de contaminadas intemperies el balbuceo del polvo en el anaquel de las
profecías la palidez del hambre rota en
mi desvarío el aliento oscuro condenado al letargo en algún cuervo se
desintegra la perpetuidad o se hunde la zarza con todos sus vestigios
—arañado por tantos ahogos me reconozco
en la destrucción sorda de los atolladeros (ayer
u hoy es la misma mudez de los aleros las floristerías del alba arruinadas de saliva el cedazo de los poros
en herrerías derretidas y algunos candiles gritando de hollín: descendemos a la
fosa común donde se queman constantemente los cuerpos y se exhiben los ecos
desmenuzados lo intolerante es la constante putrefacción de las cerraduras y su
pupila de ciega alegoría) después de todo los sentidos acaban también
derrumbándose cuando el poniente mira en declive sí cuando la retórica se torna
despiadada oscuridad como los escotes de cáñamo de la niebla —la vida posee esa nebulosa de arqueología tan cierta
como el ojo líquido en los pespuntes del aliento y empecinamientos como la
mosca tras los desperdicios que dejan las vacilaciones sobre las aceras (bocabajo en mis abismos inoíbles voy o me
anulo a merced de lo vasto: transito encima de mis sombras y pinto mis propias
humedades aquello sólo era el cuerpo de lo efímero el dolor que nunca dejó de
gritar en mis ojos lo sé después de apaciguar mis calores y remendar la cobija
la próxima hazaña de seguro será vaciarme los ojos o lacerar mi boca con
bostezos) aquello sí fue, «la
piedra llagada sin sombra la enfermedad del acero y del andrajo las osamentas
las espesuras de mástiles la orquesta despernancada del terremoto tan sincero y
tan soberbio» después de inclinarme
frente a su fotografía descubro al animal silencioso sobre el pavimento de las
aguas alrededor del estanque nublado ondulante y magnético descubro todo lo que
soñé y que ahora es ruina y encono escritura oscureciendo en la estética de la
asfixia fantasma que acaricio en el encantamiento de una flauta oxidada
Del
libro: «Paraíso de la demencia», Barataria, 2016
©André
Cruchaga
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pintura de Max Ernst
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