SALTO AL VACÍO
Y abajo el cuerpo
flotando en sus miedos como otro mundo sitiado
por las aguas del más
adusto aliento.
En la palpitación de
la edad, los días inconclusos, los recuerdos
que vuelven al mar
hasta vaciar las obsesiones del alma.
En derredor se
«arremolina una gran hoja marchita en mis recuerdos
irremediables», caen
al vacío ojeras y embarcaderos,
caminos de trauma
zodiacal, descomunales traumas de una jornada
que se lleva adusta
en la espalda.
¿Qué sed me empuja a
dar este salto al vacío? ¿Qué calle imantada
baila en mis ojos,
cáncer y estiércol de fonógrafo de juguete?
¿Qué conjuro hace
sangrar mi aleteo, y atravesar repetidamente
lo siniestro de nacer
ciego y de rodillas?
Me detengo frente a
la hipnosis de los agujeros, al analfabetismo
de un pájaro, a los
excrementos del fluir del universo.
—Me muerdes en tu
laborioso sofoco, —digo, sin ningún reparo—,
me hartas al disolver
mis entrañas de campesino incauto.
Uno descubre la audacia hasta que la luz se encarruja en los sentidos.
Hasta que la travesía urge de suturas.
Mañana, ante lo
inminente, saltaré de nuevo como lo hace el zorzal.
La gravedad lo
entiende, lo entiende el paraíso robado
y el escapulario
sostenido en ambas manos.
Mientras tanto, toco
fondo para ver si existo; hay despojos
en el sánscrito del
desván.
Del libro: «Final de
espantapájaros», 2013
©André Cruchaga
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