DESMESURA DEL APÁTRIDA
Siempre huye el ojo
al compás del golpe de ataúdes. Siempre ciego
el confín negro de
los témpanos,
la voz olvidada en el
hueco de los grises.
«Mi tierra es hosca y
tiene espinas que hilvanan con alambre
las desgracias; ella
hace de uno estertores errantes.»
Sobre el polvo o el
asfalto la ceniza heredada a los hijos.
(Nada era ya recuperable, lo sé ahora).
Todo fue
desproporción y desmesura. Todo fue estallido de muerte.
A esta fecha no le encuentro misterio al suicidio, más allá del ijillo
que se adentra en los poros del vigía.
Mejor abrocho la
camisa de los milagros, por si acaso.
Tuve que salir del
patio de mis convulsiones, dura capa de granito
la curva del vértigo,
la superficie desbocada de las trepidaciones.
Quizá un día
estemos frente a frente, sin postigos, abiertos a la semilla).
—En la plaza de la
memoria, lo humano del viento
con su acostumbrada
almohada, hace lo suyo.
Toda brasa al final
es inhóspita antítesis, así reza en el catecismo
de la ceniza, símbolo
sombrío de la puerta…
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