OFICIO
MATUTINO
En la hora
del rocío, el poema abre las puertas de mi pecho, abre
de par en
par los onomásticos del invierno,
abre la
hazaña a través del filón de multitudes, huellas de sombras
de cuando
era niño, aperos que uno quiere reivindicar en el fuego
de las
palabras, palabras que se acomodan en los zapatos.
Abre la
contradicción presunta de la luz, hasta el desvelamiento.
Abre los
mingitorios erráticos de la historia, la mirada abigarrada
del
anciano, los escrutinios de la caverna en la que vivimos.
Abre la
jaula terrosa del país, el orgullo nacional bañándose en tiesto
de ceniza,
charco de heredades omnipotentes.
Abre este
calvario de frac y burocracias, de pestañeos inmortales
en una
tierra de marginados, sin casa, tierra, comida.
Es fácil
advertirlo, mi oficio comienza desde la flecha que dispara
el sol
luego limpio las manchas dejadas por la noche anterior,
los ojos
frescos se empeñan en el ala del pájaro y en el amor crecido
de los
perros que me acompañan,
de lo
remoto de un mar que no conozco surge el poema a orillas
del petate
de los muchos muertos que llevamos.
Nunca es
trabajo este yunque lleno de sueños y acantilados.
Del libro: «Final de espantapájaros», 2013
©Fotografía André Cruchaga
©André Cruchaga
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