viernes, 8 de octubre de 2010

TRÁNSITO RESUCITADO DEL PULSO

Inventamos el pulso de los días sordos e insomnes. Los días sin aperos.
Desesperados en el paisaje que habita el espero, en la neblina opaca
De los días con intensas lluvias, gotas rodando en los cristales,
Como un río lento de Vía Crucis, conjuro revelado en la llama del ojo
Que apenas se acerca a esa nebulosa, alucinada forma escombro
Que habita las burbujas del escapulario.
Imágenes Blanco y Negro





TRÁNSITO RESUCITADO DEL PULSO




No es el sonido del agua en los opacos cristales
(la oscuridad de invierno, que ahoga los sonidos)
ni la luz nebulosa de los astros de acero.
PERE GIMFERRER




Inventamos el pulso de los días sordos e insomnes. Los días sin aperos.
Desesperados en el paisaje que habita el espero, en la neblina opaca
De los días con intensas lluvias, gotas rodando en los cristales,
Como un río lento de Vía Crucis, conjuro revelado en la llama del ojo
Que apenas se acerca a esa nebulosa, alucinada forma escombro
Que habita las burbujas del escapulario.
Las madrugadas tienen un silencio sepulcral, ese duelo de la noche
Entre ceja y ceja del umbral. Allá, distante, la campana de un gallo
En posesión del día que se avecina en el anhelo.
Lo demás es oscuro: la lluvia, el viento, la mesa, las cucharas,
La olla de peltre, los árboles de asimétricas formas, los zapatos debajo
De la cama, junto al perro que ha renunciado a la calle.
(De pronto una taza de café. Otra taza de café. Otra taza de café
En plena madrugada, Andrómaca o El Caballero de Olmedo, Madera
De héroe, Lázaro, Las ninfas…)
Toda la oscuridad revelada en mi sosiego, la piedra germinal de mi osado
Y confeso abismo. Al final no importa cuánta oscuridad haya o exista
En mis huesos, sino la que viene con fragancia de herida y no de cicatriz,
La que está desde siempre impune en la conciencia sin olvidarse,
Torre asumida, nacida en la luz.
(De nuevo ya no la taza de café, sino la tasa del tiempo, El beso
De la mujer araña, Doña Flor y sus dos maridos, Fedra o pabellón
De reposo, las aguas en negro del sueño.)

La luz no aguarda como los pasajeros en cualquier estación del mundo.
El hollín de los muertos espanta la risa de las abejas.
(Ya amanece otra vez en el quicio de mi puerta. La luz cuelga,
Cuelga de las mochetas del amanecer, de la hoja desprendida
De las manos, de lo ganado o perdido con los pies.)

La oscuridad es la carne que respiran mis sentidos. Gira en la carne,
Arde en la ráfaga salobre de los muros. Un día seremos absoluta duda,
El mismo desvelo del aguacero en el ayuno,
El granito tumbado en las cortinas del pecho, el engaño enroscado
De la avaricia, esa sombra de agua, fría en la boca.
En el traspatio, el colibrí deslía las begonias. La sed del día rebasa
Las hojas con ese zumbido de los alfileres. Con esa cascada incesante
De la tinta en la mano temblorosa de la página.
Lo demás es cama o bandera, oscuridad o transparencia, tránsito…
Sólo que en las manos, siempre queda la sensación del sargazo,
Del árbol de la sombra, del arcoíris de la oscuridad.
Como en todo, siempre hay un pelo en la sopa, las herraduras
Rechinando en las sienes. La intimidad mojada de botellas.
Otra taza de café. Otro cordel líquido y oscuro en mi garganta.

Barataria, 07.X.2010

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