viernes, 15 de octubre de 2010

HUÉSPED DE LA FUGA

Somos, de alguna manera, esa expresión latente de la fuga. El animal
Que huye con su piel desgarrada, material transitorio de la vida.
La fuga es diaria como el pétalo marchito de las manos,
Como el aire que toca la lengua de los mares,
Como la miel extraviada en el pecho.
Imagen tomada de la red








HUÉSPED DE LA FUGA




No sabes si
el mundo huye de ti o eres tú velocidad de fuga
entre sus fauces.
AMALIA IGLESIAS




Somos, de alguna manera, esa expresión latente de la fuga. El animal
Que huye con su piel desgarrada, material transitorio de la vida.
La fuga es diaria como el pétalo marchito de las manos,
Como el aire que toca la lengua de los mares,
Como la miel extraviada en el pecho.
Los nidos son postreros a los pájaros. Son el azogue fugaz de los peces.
—¿Sabrán un día las palabras a esa música indeleble,
A las hormigas sin ojeras,
A la forma profunda de la ternura?
—A menudo nos toca huir de nuestros propios insomnios, de esa herida
Rotunda que nos acaricia y mengua, de ese mundo, hondo,
Del desasosiego.
(La música se fuga de mis manos; quema la espina inestable
De la niebla; ruge en la sangre la garganta final del agua;
Quiebra lo fugaz, los mundos compartidos de tanta espera.)
Somos, también, ese río de la tristeza acostumbrado a lo inaccesible.
Nada es perenne en la corteza del árbol, aunque ésta, hunda las sábanas
En el fondo de su pecho.
Si algo nos destruye a diario, es la avidez ciega del labio,
Ese nunca tocar el musgo sedentario. El mar íntimo de los brazos.
Algo deja de ser, por cierto, en la porcelana del pecho: el ojo, el rostro
Los sueños, las manos nacidas de lo terrestre.
Porque somos imán y sedimento, —pero también, rasguño, espuma
Y salmuera. Cárcavas de una ceñida guitarra.
Y, aunque todo tiene fronteras, la fuga es el propio horizonte
En estos siete círculos comprimidos en las manos.
Lo cierto es que cada día la luz traza su propia ruta. Detrás de cada día
Hay rieles que conducen a otro tiempo, a otras estaciones desconocidas.
Fluyen los anfiteatros, grávida neblina del vuelo.
Hay segundos, minutos, horas que revientan en los dedos,
—y no son rasguños de conciencia—,
Sino la perennidad de la sospecha de que nunca se permanece
En tierra firme: al cabo uno escapa de ciertas palpitaciones,
Del mar, de los dientes de la vida, del cieno, de la risa, de los acasos.
Siempre estoy saliendo del estruendo, hacia otra rama de brazos.
Mutar es parte del éxtasis humano: ríos nuevos sorprenden la lengua,
De seguro, Heráclito está aquí, como una florecilla invisible,
Como un horizonte con hélices,
Esencial motor de los zapatos. Aliento terrenal del misterio.

Barataria, 14.X.2010

2 comentarios:

Marina Centeno dijo...

"Somos, de alguna manera, esa expresión latente de la fuga."

El silencio se derrama cuando las

manos palpan

la enredadera de la vulva

en la dureza de la ingle

por el dolor y el ansía

Somos parajes donde se extiende la

nostalgia

de prolongadas ausencias

que noche a noche duermen plácidas

entre el desierto de la sábana


Marina Centeno
Yucatán México

André Cruchaga dijo...

Tienes razón: es un silencio viviente el que se derrama
tras los caballos de la cópula.
No sé si después,
la sábana en efecto, vuélvese desierto,
yo creo que en la agonía del vértigo,
cada poro es una luciérnaga
en el agua de los poros.
y asi braceamos en la insurgencia
de la tormenta.

Te mando un fortísimo abrazo.

André Cruchaga