lunes, 11 de octubre de 2010

CAMPANARIO DEL OMBLIGO

En el fondo, la saliva prolonga las bajas aguas del postigo. Plantar
Pupilas en la redondez del papel, avanzar en el grosor del viento,
Madurar el trino en cada espacio de la caricia.
Este campanario de tibia ramazón, tensa la rotación de los relojes,
Muerde el soplo redondo del temporal.
Imagenes en blanco y negro





CAMPANARIO DEL OMBLIGO




alba rosada sobre el gris de un gato,
con las puntas nocturnas de los pechos
CARLOS BARRAL




En el fondo, la saliva prolonga las bajas aguas del postigo. Plantar
Pupilas en la redondez del papel, avanzar en el grosor del viento,
Madurar el trino en cada espacio de la caricia.
Este campanario de tibia ramazón, tensa la rotación de los relojes,
Muerde el soplo redondo del temporal.
Para cuando la sangre quiebre sus sábanas, el día será costilla
En este desvelo de filosa ventana. Y vendrán los perfumes petrificados
En las manos. Y la lengua jugando al abismo.
Hemos recorrido kilómetros de ternura. Mediodías de muslos.
La sal, líquida, recorre como una hamaca la piel y la lluvia del sigilo.
Por fortuna las aguas del lecho no nos pierden,
En la sedienta colmena de la espesura.
Entre el índigo de las velas, las aristas de la espuma en el litoral,
—el pétalo en la pipa del bosque,
La insomne aurora de las bragas, la fértil pupila de la sed,
El otro yo en el dolmen del toro. En el montículo lindando en la aurora.
Estoy. Estamos en la ola norte del oleaje. En el ritmo acantilado
De la roca, en el clamor elevado a incendio.
Hace pasos el agua en la llama. Barco de sangre la fuente ígnea
De la hora en la luz del horizonte.
No llega la noche ni el día se extingue. Sólo es ola y vuelo el mar
Del pálpito en su brisa circular de isla.
El verdor se enreda en las pupilas. El verde exhalado de la atalaya,
La garza ascendida a hojerío,
El efluvio inmenso de la escritura en el ombligo.
Estremecen los arcanos rotos del velamen. El lodo del firmamento.
Esta bermeja intuición del ansia. Este viril oficio en el encaje.
Y no es para menos el manglar en el espejismo.
Y no es para menos, el errátil horizonte, después que se enfunda
La tiza en la mordida del paisaje.
Y no es para menos, la imagen y los símbolos: la luz hostial de la yedra,
El abanico lunar al pie de la caligrafía. Al pie del alero del pan.
En el torrente de la mesa o el taburete duplicado
De aguas y faroles incandescentes.
Esta suerte de campanario salta entre las gaviotas del pecho.
Blanco y negro, párpados y pesca en la fuga, chimeneas y redes,
Trenes azules en los ojos. Trenes de colores confundidos. Barcos salados.
Ocres tutelares en la boca.
Lentos óleos de los faroles en el espejo del salmo trasegado.
Aguas todas en el aeroplano líquido del jardín, en el ojo de las cuartillas,
En el verde nido del filo, en la pupila absorta de la fronda.

Barataria, 03.XI.2010

4 comentarios:

Marina Centeno dijo...

Ay -André- la punta del lápiz que se clava a la ruta heliciforme, el punto de partida, el ideario, la cuenca donde se encona la saliva y un futuro preñado de pasados... para seguir con el índice los recovecos....

André Cruchaga dijo...

Es el punto medio para emprender el gran viaje y escribir, ciertamente, todos los idearios.
Qué bueno tenerte siempre en este
espacio donde se van sucediendo
alfabetos de azúcar
y se repta hasta el infinito.

Un abrazo,

André Cruchaga

Marina Centeno dijo...

Lo mejor llega _André,
cuando caen los versos
desde el instante en que
traspasan tu semblante
y se adhiere al papel
de tal manera
que el poema surge
desde adentro
como la raíz entre la tierra

Así -Poeta- precisamente así

No sé si la soledad
trae consigo una tinta de luz


(te devuelvo el abrazo, con un beso)

Marina Centeno

André Cruchaga dijo...

Cuando como gotas de rocío; o, el rocío cae a gotas en el ombligo. Esta es una imagen que me persigue. Ojalá hayas leído el sentido comentario de pere en Diván del escriba.

Es un erotismo, ciertamente, sutil, simbólico,

Gracias, por compartir conmigo tu estro.


Te abraza,

André Cruchaga