miércoles, 7 de julio de 2010

EL PAN DE CADA DÍA

Siempre que pienso en ella, los trenes salen del pecho como gaviotas.
Es casi un rito buscar los jardines donde a menudo sólo hay páramos.
Necesito panes de ternura y no ventiscas lacerantes.
Entre tanta luz desértica, azota el hambre con su lengua ávida.
Ilustración: Imágenes gratuitas








EL PAN DE CADA DÍA









Siempre que pienso en ella, los trenes salen del pecho como gaviotas.
Es casi un rito buscar los jardines donde a menudo sólo hay páramos.
Necesito panes de ternura y no ventiscas lacerantes.
Entre tanta luz desértica, azota el hambre con su lengua ávida.
¿Debemos esperar que Dios nos provea un reino invisible
U otro diluvio para barrer con toda la escoria?
—Cada quien se desahoga según su propia soledad. Según sus minutos
De mar, según el precio que deba pagar por la fantasía.
Me desnudo en la prudencia de los alelíes. Me contagio del girasol
Que cuelga de las ventanas, de la begonia doméstica que da aullidos.
Es remota la puerta para que entren las chicharras, —el tiempo hace
Lo suyo en los escarabajos de las pitahayas:
Son reales estos pies agrietados sin parquímetro.
El bastón del sueño es el único mendrugo posible para llegar al sombrero
De una hojuela que no sea tristeza ni laberinto.
Desde aquí la apoteosis de un blues cantado por Charlie Parker,
O Muddy Waters, o Johnny Shines, o Lousiana Red,
O el St. Louis Blues interpretado por Louis Armstrong,
Limpio, con la vitalidad del oxígeno.
Por lo demás, siempre estoy reconfortando mi destino con la utopía:
Como el pájaro que desea salir del sonambulismo de su jaula.
Siempre la recuerdo al atardecer halando su propia soledad:
No es en vano la memoria cuando se está al borde la muerte.
Pretendo comerme la nostalgia desde que tengo noción del tiempo.
Prolongar si me es posible la voluntad de caminar estos caminos ciegos,
Los días porfiados del alcanfor,
Los ríos del orégano en el espejo,
El tul de las noches de invierno al compás de manos invisibles.
O besar el pájaro oscuro de tu jardín,
Tocar la luz del orgasmo en medio de la sábana nocturna y ciega
Del instinto. Después de todo este es mi pan de cada día.
Aquí llueves sin cansancio aunque se desdibuje a ratos tu risa:
—De nuevo los trenes, los brazos, los pañuelos, los astilleros
Y sus voraces gaviotas,
El frío secular de la intemperie,
La ceniza de los muertos que nos acecha de manera obscena, el chispero
De los nudos de la sangre, el candil de las pupilas,
El mechero del pálpito en la caricatura fortuita.
Existimos en el pan de cada día: —un poco desquiciados y ciegos,
Como un puñal en el delirio de la herrumbre…
Barataria, 30.VI.2010

2 comentarios:

Marian Raméntol dijo...

Un verdadero placer, como siempre, André.

Un fuerte abrazo
Marian

André Cruchaga dijo...

Gracias, Marian, por tu siempre oportuno comentario. Tu paso por estas letras me llena de regocijo y es un privilegio para este poeta que busca el pan de cada día.

Un fortísimo abrazo,

André Cruchaga