domingo, 7 de febrero de 2010

TEMPESTAD DEL NAUFRAGIO

A menudo uno arrastra de por vida las sílabas del muérdago.
Agita las ventanas del grito,
La noche de la herrumbre en las venas. La pleitesía a los huesos.
Ilustración: Claude Monet


TEMPESTAD DEL NAUFRAGIO








Me disteis la frialdad que brota de vuestras concepciones
Sublimes, exentas de pasión.
ISIDORE DUCASSE,
CONDE DE LAUTRÉAMONT

…como en los sueños de Coleridge
Una flor en la mano
del durmiendo prueba que retorna
del paraíso
ALBERTO GIRRI








Me diste el sudor helado del mercurio, la buena anunciación
De los dardos, la hiel con su luz amarga.
Me diste la ferocidad de la brasa. Los colores angostos del celo,
Los himnos gangosos del escombro y el escenario de la muerte.
Salimos del césped sin las ánforas de las flautas.
Advierto en ánfora de los incensarios, la agitación de los santuarios,
Las tormentas heladas de los puertos.
—[cada quien ennegrece con el humo pestilente de las calles;
Hablar, entonces, es hacer más grande el insomnio;
Vos con las crines exacerbadas de las palabras; con la ráfaga
Del miedo y los cementerios a cuestas; mordiendo la carnicería
De las heridas; pensando en los fantasmas tránsfugas
De los párpados, sin tiempo ya para las hazañas].

A menudo uno arrastra de por vida las sílabas del muérdago.
Agita las ventanas del grito,
La noche de la herrumbre en las venas. La pleitesía a los huesos.
Frente a la muerte, quizá, ya seamos rostros indecisos.
La humanidad nuestra se mueve entre los hilos de vestiduras
Raídas, centímetros sin pájaros, hélices ahogadas en la tormenta.
Después de todo, la vida es un ir y venir —un ahogándose
Sin olvidos; letras de un horario sin arco iris.
—¿Importó alguna vez el espejo ahogado de la libertad,
Las cortinas de los semáforos para detener los baches de la respiración,
Los ángulos de las pupilas en los cuadernos de los ojos,
Esa terquedad de jinetes en caracoles de río,
El aura tosca de cazadores sin pantanos derramados en la herida?
Siempre hay oscuridad en la plenitud de los párpados.
Siempre existen las raíces curvadas del aliento.
Siempre la sal gris en los barcos del alba. Siempre la concavidad
Siniestra del cielo contenida en espátulas.
Siempre los zapatos mordiendo los dedos del asfalto o las piedras.
Quizá un día, —ya no seamos vos y yo— arlequines
Sin olfato. —Llaves en tránsito dentro de un laberinto. Quizá.
¿En qué tierra será posible vivir sin ansiedades?
¿En qué calendario nos dejarán de asediar las puertas cerradas,
Los trenes sin rieles, los vacíos indecibles de la deshora?
Cada día tiene su propia tempestad de escombros y éste
No es la excepción, en medio de pañuelos curvos…
Barataria, 31.I.2010



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