miércoles, 10 de julio de 2024

PUERTAS DECAPITADAS

 

Imagen tomada de Pinterest


PUERTAS DECAPITADAS

 

Ante el musgo de plomo de las puertas, el umbral con cántaros;

en la sombra las manos alcanzan los anillos de las sombras

y sus años bisiestos: días y noches las ventanas lamen el reloj

hasta tocar el ojo amarillo del viento de los adioses.

A media penumbra las puertas maniatadas por las penas.

En la antesala de la escarcha, el sabor de la noche sabe a ausencias.

Degollados ventana y espejos, solo queda el desatino para agarrarse

del cuchillo y su gotita de ecos y su página hundida en un vaso

de sombras: después es fácil olvidar el sabor decapitado de los pájaros

entre huesos y húmedas extremidades.

 

Uno nunca sabe, por cierto, qué hace el servicio de las sombras,

la lejanía y su mar de extravíos escuchando a los muertos,

las infidencias con el mecate al cuello resistiendo los sofocos,

los incisivos que destrozan la viña de los violines,

o esta suerte de lluvia donde desfilan todos los domingos

a pulmón abierto. En los que uno cava un grano de esperanza.

Uno debe abrirse paso a través de las grietas del parpadeo:

los minutos arden en el celofán de cada golpe de ceniza,

en la rapiña oscura de espectros.

Uno habita en este ambiente de súbitas decapitaciones: nos hartan

dentaduras ciegas y mochetas de polilla.

Hoy, ante todo, caminamos con heridas y hondonadas.

 

(La herrumbre es profunda como el polvo que nos abrasa.

La sombra de los féretros burbujea desde aquí al dintel dejando

cicatrices. Como una rama quebrada de lamento sobre una tumba.

Sobre el asta de la patria, el mercado y sus monedas extremas).

 

Es terrible encontrarse cada mañana con kilómetros de niebla.

Es terrible esta lección de dientes: crece el sopor, los ahogos

y los dardos. Y es agria la voz del corazón.

Sólo queda cerrar los ojos y esperar que pase la noche agarrada

de la mano con el grito de la luna, junto al despojo…

Solos, la mujer y el hombre, tambaleando entre los alfileres

del viento. Solos, entumecidos, esperando a lo que dicta la noche

abierta de paréntesis.

—Solos, atrás de los balcones donde crece la vegetación del miedo,

a la espera de la ráfaga que muerda los sentidos…

A la espera de que en la tierra se escuchen las plegarias en este largo

silencio de éxodo, persignándose copado de precipicios.

 

Vivimos acosados por el terror de serpientes y su retórica penitente,

así todos los días en épica eternidad.

En anillos de fuego la irracionalidad es poderosa e indolente.

Al frente de nosotros está la noche llevándose el paisaje cotidiano,

El Salvador decapitado y desaparecido, nosotros, Nada, ciegos,

en una geografía resquebrajada, en sus muchas promesas de paloma

mensajera junto a juguetes imaginarios y fotografías irreales.

Hemos maquillado la realidad con crayolas de agua y epitafios

de extraños ojos, de extraña hechicería la arqueología de la histeria,

los comensales de antibióticos, las sombras amarillas en bacinicas

de hegemonía y violencia con episodios donde no es difícil

recordar un poema de César Vallejo, un perro que muerde

en urinarios públicos periódicos de desesperanza.

Fuera de los sueños colectivos, pobres los payasos sin compañía

de Dios, pobre un saltamontes de barro en la Plaza Cívica.

 

Del libro: «Ámbito del náufrago», 2015

©André Cruchaga

Imagen tomada de Pinterest


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