martes, 23 de julio de 2024

ORFANDAD TEMPRANA

 

Imagen tomada de Pinterest


ORFANDAD TEMPRANA

 

Mientras ardía en mí, la orfandad temprana en la tierra, la sombra

del despojo y el hambre. Debajo de los cascos del aliento,

el principio y el final al mismo tiempo derribados.

Siempre descalzo y desnudo a la orilla del río y el lupanar.

Oscuro el cierzo y los huesos.  Oscuro de avidez y melancolía.

La vida siempre tiene su frontera más allá de un molino de gigantes:

yo encontré la mía en la soledad de la noche,

del otro lado de los embarcaderos y los trenes ofrecidos por la vida.

Entonces habitada, sin ser leñador, el hacha de la miseria.

El tiempo es siempre terrible, aunque tenga algún remanso.

 

Antes de llegar a la edad del despojo, ya había caminado

sin retorno junto a la miseria. Era como el ave de rapiña ahogada

en el entrecejo. En realidad, era el ave que gemía y temblaba.

Huyeron entonces todos los pájaros.

En los cuatro costados de la deriva mis pequeñas manos.

 

Era miserable el escalofrío asestado en el fonógrafo de mi pecho.

Era larga la súplica que nadie escuchaba, largo el goteo del desvelo.

Busqué cobija en la memoria, en los brazos de rieles

y durmientes. La busqué con desgano en el tronco de otoño.

Desfallecía en aquella aridez de la certidumbre; era visceral el árbol

y la risa que buscaba, la levadura hundida en el camino,

las palabras hechas escombro en la garganta,

la borrasca presentida y repetida cada día en esta tierra.

Oscuro en mi niñez, buscaba la puerta de salida hacia la lejanía.

De aquellos años, todavía guardo el aleteo de los relámpagos.

Pienso en la zozobra alrededor de mis palabras,

en las negaciones y ausencias de las grutas del hedor,

en los pies primeros que me condujeron a las sastrerías

y al propio instante de claridad que hemos perdido al caer el sol

como la primavera a espaldas del crepúsculo.

Hasta que ahogué la llaga e hice del horizonte un violín inédito,

camino los domingos sin necesidad de un paraguas.

Camino sobre violentas sequías de infancia y la repugnancia

que produce el asco cuando uno piensa en el luto fluvial que produce

el llanto, la orfandad en los prostíbulos que suena a piano viejo

a veces a botas de soldados y supersticiones.

Dios que se diluye en la épica apostólica del pueblo encorvado

de milenarios bufones, vulgares hacedores de la oscuridad.

(El suelo que me mira con su diluvio de objetos sin destino

no tiene sentido ser esclavo de la noche ni del cadáver irreparable

del cuerpo ni del tiempo muerto no tiene sentido lo inevitable

tampoco el hoy con sus cansancios tampoco el circo

de las mañanas y esa espera hasta cierto punto insolente de la voz

en cuclillas hay peces que gruñen en mi cuerpo con sus escamas

de olvido nadie declina a los ojos de la tarde ni al hastío producido

por tantos nombres inservibles a menudo todo es impredecible

como la demencia desmedida de los crímenes que acontecen a diario

hay fríos como el infierno de una navaja en una lágrima

de frigoríficos hay sicarios para disputarse la sed).

 

Del libro: «Ámbito del náufrago», 2015

©André Cruchaga

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