domingo, 1 de abril de 2018

CALLES Y PARADOJAS

Imagen: Pinterest







CALLES Y PARADOJAS




Allí las piedras se hunden bajo la corriente,…
John Clare 




afuera las calles y la paradojas la brizna que gime en pedazos sobre la sombra antigua de las moscas: nuestro tiempo no existe, salvo las calles y la paradojas los círculos apolillados de las viejas costumbres y si hay dudas habrá de preguntársele nuevamente a Anaxágoras por el asombro de nacer sin salvación alguna en derredor hay largas filas de gemidos y ventanas a punto de aventar la polilla en los ojos —diréis acaso que también es melodrama el temblor de las hojas del desvelo  que suelta sus crines de intrépida vorágine y la sábana irrespirable de los ritos y la oscuridad de la piedra en la garganta sé que es horrible el delirio en los huesos derramados del vinagre los clavos se vuelven inevitables en la piel vivimos en permanentes quirófanos de gastados sueños sobre todo cuando el aire se bifurca en los escapularios y los pequeños vestíbulos de la saliva se dispersan en la carcoma impregnada de apiarios en la confidencialidad de la dulzura he descubierto la forma tetelque de los papiros el colibrí hierático de ciertas fisonomías los nerviosismos propios que produce la fugacidad en el oficio de contrastes de los jardines a punto de desvanecerse cada instante es una llama: forma inaprensible en la realidad del poema: no siempre uno se percata de ella cuando amanece porque es una explosión de puertas: el catálogo agridulce de nuestro entorno —en la esquina de los altares el instinto a perpetuidad de la medianoche de la sábana del aliento sobre la piel el luto del aprendizaje la polución de las estatuas esgrimiendo la alegría de la intemperie —si aún dudáis de las parábolas habría que resistir a la manía de convocatoria que tienen los atrios y solos quemar los himnos y los cánticos de la respiración desvanecer el sudario de la tinta nacer de nuevo desde la hipnosis y evitar cualquier calificativo pródigo que nos conduzca a la errata del insomnio no es suficiente pensar en las fronteras hay necesidad de derribar los muros de la propia página y esa sombra absurda que enjabona la conciencia de tizones de herrumbre —vos y yo lo sabemos después de caminar sobre las brasas después que la fosforescencia quemó los ataúdes y se ha vuelto la única sabiduría posible (al final de la tarde sólo quiero mirar la luz y sentir a fondo por última vez el pulso del tiempo)

Barataria, 2012
Del libro “BLUES”, 2012 (inédito). 140 pp
© André Cruchaga

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