miércoles, 3 de enero de 2018

FE DE ERRATAS

Ointura: Pinterest





FE DE ERRATAS




Con su gran ojo, el sol
no ve lo que yo veo.
John Keats




El Paraíso está lleno de espinas:
todos los aderezos se han tornado humo;
sudan los caballos en el trote del ojo,
rechinan las costillas
en el aparejo torcido de la historia.
En el camino,
las moscas
sirven de pestañas,
alguien parpadea en las verrugas las notas
solemnes de nuestro Himno,
las hormigas subiendo al absurdo
de la flor nacional,
mientras los perros lamen la mano que los injuria.

De todas maneras,
desde el amanecer,
debo dar cuenta
del tiempo incurable de los sepias,
de las axilas extrañas del día,
de los odios suplicantes que respira
la cobija de los desusos,
de la doble cara existente en el vértice de las aceras,
de la doble moral de la basura,
de las sombras que nos invaden como una sábana
de luces artificiales a la hora de dormir:
no hay salud en el almanaque
de los veleros,
sino ese magma pintado de colores
a punto de deshacer los cuadernos del aire,
el blanco de fondo
de los árboles;
debo decir que la breña nos acosa con rizos clavados
en el alma, con alfileres de espesos féretros.

—Debo reconstruir todos los cementerios.

Quitarle las pulgas al perro
huesudo de la mala leche humana,
lavar los escapularios,
con el agua del altar mayor de las arañas.
Debo abrir las esclusas de las antorchas,
que huela el pecho a campana;
los muelles, a un pájaro en el horizonte.

En el almidón de los brebajes,
se ve el pus del erario nacional.

(La imaginación ha perdido sus jornadas intensas de árbol):

 da pavor el tizne en ramitas de ruda
y la sombrilla de los muros;
debo pensar que las arrugas,
son sólo parte de los cipreses que mueren
y no de toda la trementina derretida en los párpados.

(De hecho hay quienes viven con camándula
y libros sagrados en mano
para mientras dan su más feroz zarpazo;
mientras conquistan la gloria,
declaman versículos y salmos
y hasta profetizan, sobre el dolor ajeno la ceniza.)

—Recogemos los huesos de nuestros deudos entre las heces
y la desidia,
en un País lisiado con mediodías de abismo:
sargazos
basales infectados por el aleteo del subsuelo.
Por la brasa de la puerta.

Corrijo la deshora,
antes que el estío devore las anclas;
en fosas comunes,
el moho se torna un solo ruido engullido
por la noche que nos silba como un espantapájaros,
como un sudario
invisible fundado por los crédulos de la breña.

Sin duda la travesía hacia el invierno es larga;
y en cambio nos asfixia
el verano con su desmedida violencia de fetiches…

Del libro “CUADERNO DE SALT LAKE CITY”, 2010 (Inédito) 170 pp
© André Cruchaga

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