domingo, 7 de enero de 2018

EAST CANYON CREEK

Imagen cogida de la red






EAST CANYON CREEK




A nadie debe preocuparle mi respiración de piel raída:  
por Walt Whitman
camino este cielo con serpientes,
viejo de voluptuosas palabras,
riente olfato de los arroyos.

(“No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.”)

No habrá eternidad sin nombrar todas estas cosas:
el consuelo de nombrar
las aguas del olvido,
el blanco juego de la saliva, las fuentes filosas del frío,
la nieve con una sensación de quietud y soledad,
las aguas razonables de los días oscuros que vivimos;
me detengo en el camino
a masticar las nubes que pasan al galope:
(“¿Qué soy, después de todo, más que un
niño complacido con el sonido
de mi propio nombre? Lo repito una y otra vez,
Me aparto para oírlo -y jamás me canso de
escucharlo.”)
Soy sólo sombra en East canyon creek.
Somos sed de instantes y fusiones
en esta locura que nos rehace la cordura:
—el cielo en las manos
y esta terquedad a la simple madera del viento.

Sobre la cena restañada, respirable,
te pienso atravesando los poros
de mi pobreza,
la sal en mis ojos y la ternura que me hace falta
para atravesar la alambrada de las escaleras;
(para volver a mis ojos,
tienes que restañar aquella cena
de redondos fuegos:
el paraíso del ombligo en mi lengua,
el azogue de las persianas,
la voz con las puertas abiertas de la avidez.
Estos lugares están bien para incinerar
mis huesos de inocente redención
para luego esparcirlos
por todo el atajo interminable del granito.
Aquí la neblina es leche amanecida:
la acumulo como un terrón de humilde cónclave,
—a la conciencia sube la fosforescencia
de los sueños: lo hóspito en bocanadas,
la rotación de los rescoldos,
la yema del seno que mi ojo advierte.
En los días postreros,
habremos de recoger todo el azúcar de los papiros;
habremos de andar el caballo de los párpados,
Sin la brida o el aparejo que lo aten
a las páginas inciertas del olfato.)

—Un día, —nosotros, de nuevo —: habremos,
sin el aire parapléjico de la espera,
con el amanecer gozoso de la epifanía,
sin los desperdicios de los parques,
ganado la luna blanca de las aguas derramadas
en el pecho: el tren de peces en el ojal de la esperanza.

—Un día: el pizarrón
de la eternidad sin envejecer la piel del alba,
será la redención de vuestro tiempo.

East canyon creek, UTAH, 26.XI.2010
Del libro “CUADERNO DE SALT LAKE CITY”, 2010 (Inédito) 170 pp
© André Cruchaga

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