viernes, 21 de abril de 2017

TIERRA ADENTRO

Imagen cogida de la red





TIERRA ADENTRO




A Eukene Lizeaga




Con un pájaro entre las manos, el reloj alígero en su propio éter.
Nos llueve la fronda de los gusanos hasta sangrar de huidas y luto.
Todo empieza en el follaje de los ojos y acaba en lo hondo de la fosa.

(Cavamos en las lápidas hasta sangrar de vértigo. Hemos padecido
la sospecha y la herida oscura del día con rumor de pálida boca.)

Duelen los zapatos abiertos de las sombras y la carne: uno oye las grietas
cuando se empiezan a abrir y revelan la palabra en los costados.
Todo reverbera, hasta lo que no ha sido. En el infinito amoratado.
Tierra adentro la lluvia sobrada del silencio; ceden los sonambulismos.
Todo nos vuelve al ciego camino de la noche, a la ciega flor de lo inasible.
En medio de la voz que calla, los retretes deslucidos de la gramática,
o los ojos muertos y desabridos de las tumbas.
Otros caminarán por rumbos donde no hay dolor y escribirán membretes
en  las grutas y hasta mundos en calma donde se asoman los pájaros.

(A cada quien le asiste el derecho a lidiar con sus propios espejos endemoniados;
falsear las catástrofes, y hasta despertar las cavernas del submundo
y andarlas en los bolsillos, por si acaso.)

Uno acude al llamado de los imaginarios: boca y palabra se hablan entre sí;
del otro lado de los ojos, arden los cielos oscuros, las miradas eternas
del reproche, el goteo desleído de las culpas.
Nunca duerme el mundo pequeñito de mi pañuelo, ni los mordiscos líquidos
de las pestañas, ni la cavidad almidonada del entresueño.
Ahora sólo duelen los brazos arrimados al trapo viejo del horizonte.
Barataria, 08.III.2017

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