martes, 7 de febrero de 2012

RELECTURA DEL MAGMA (COLLAGE)


Durante ciertos días debo releer la herrumbre como antesala
del futuro, al suicida invisible en el bosque de Caperucita o Penélope,
el triunfo de los cadáveres como espejos matemáticos,
el viento de la paz a paso de tortuga, el gozne roto de jardines
en la boca, la crin colgada de los puntos suspensivos de la placenta.
Fotografía de Lázaro Aguirre





RELECTURA DEL MAGMA (COLLAGE)




He retorcido los guantes rojos de los pájaros, el bosque absurdo
de la risa en la nieve, el cuchillo rectangular de los dientes
en el tapiz que me dejan las hormigas en el bolsillo.
Después de todo, intento todos los días, ponerle calefacción a mis huesos,
derretir los poros en la saliva de la calle, amar hasta el límite
la luz de los faroles que bostezan en la intemperie,
jugar a los antojos del relieve de la idiotez, ponerle sombreros
al torrente de la mesa, masticar el pan francés alrededor
de la erección que se alimenta de fauces vespertinas.

Igual que el mal agüero, el cuervo alrededor de lámparas ciegas,
semanas mudas de bocas y labios con sabor a ceniza,
soles en la migaja del granito, después noches oscuras trepando
en las vigas del tiempo, en el castillo subconsciente de la lengua.
No sé hacia dónde va el corredor del invierno
con todo el magma de los sueños, los telares a cuestas del tronco
de los árboles, el ocaso que llena bodegas de deseos,
más allá de la roca de la muerte,
con sus estribaciones de monótono dolor.

Durante ciertos días debo releer la herrumbre como antesala
del futuro, al suicida invisible en el bosque de Caperucita o Penélope,
el triunfo de los cadáveres como espejos matemáticos,
el viento de la paz a paso de tortuga, el gozne roto de jardines
en la boca, la crin colgada de los puntos suspensivos de la placenta.
A menudo el llanto es un cuchillo de excrementos,
irremediable oscuridad en el curso del embudo,
hermano de la sal a la hora del harapo; duelo si se quiere, sin ningún
consuelo, sin ninguna píldora para imaginar senderos.

Vociferamos junto al aullido del grato en brama del tejado,
ardemos en la pústula del tobogán insensible,
nos sonríe la máscara de nuestro nombre, el del santo patrono
de los escapularios sacados del vientre de las hostias.
Luego, entonces, nos viene el agujero negro de los diviesos:
la mazmorra sórdida de la basura,
a veces la candidez con sus estribillos de lupanar en medio del ansia
espumosa del jadeo: infamia del cielo en el jadeo de la sábana.
En nada se parece el río convulso de las venas, al río de verdad
que atraviesa los pensamientos, la noche desértica del aserrín,
la bocanada de espejos en el nosotros, plural poema colgado
de barrotes, ahora negro en los dientes del tabaco.

Al final, sólo me quedo con esa sensación de vigilia, el insomnio
de lobo en el quicio de la puerta,
el toque de queda disuelto en el pecado, el trapo ciego de los poros
de tanta modorra, las sastrerías que hacen grietas en las yemas
de los dedos, el mausoleo del cigarrillo frente a los ojos.

Barataria, 29.I.2012

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