lunes, 26 de septiembre de 2011

RAZONES PARA LA INCLEMENCIA


¿Quién nos diezmó el pensamiento hasta hacer del miedo fruta
de todos los días, sueño de latas de Coca-cola, aceite quemado
en la ebriedad que acecha todos los días desde la aurora
hasta la hora del crepúsculo, hasta la medianoche y al siguiente
día entre plásticos y papeles sucios?
Imagen tomada de Miswallpapers.net




RAZONES PARA LA INCLEMENCIA




La intemperie oscura, donde la espuma de la saliva flota en el alma
de las personas, ¿Quién nos dio tanta intemperie para andar casi
perpetuamente en la orfandad de las osamentas, en el pabilo
de siempre, la intemperie con su secuela de frío galopante?
Y pese a que sobrevivimos, nada es seguro cuando la neblina
enciende su agonía, el gris purulento de las cosas, los pájaros
ahogados en estas aguas térmicas de las ramas descuajadas.
¿Quién nos diezmó el pensamiento hasta hacer del miedo fruta
de todos los días, sueño de latas de Coca-cola, aceite quemado
en la ebriedad que acecha todos los días desde la aurora
hasta la hora del crepúsculo, hasta la medianoche y al siguiente
día entre plásticos y papeles sucios?

Arde el viento en la porosidad de los huesos, bebemos las escaleras
mecánicas de la sal, las luciérnagas de los desperdicios,
El ijar del grito en los encajes del agua,
masticamos los papeles sucios de los periódicos que el viento
arrastra sobre nuestras entrañas y las de la tierra,
caen los ojos como una vaca vencida en el matadero.
Los años luz no llegan a nosotros, ni los dictámenes para el desarme
dictado por Naciones Unidas;
hay tantas razones para pensar que seguimos siendo la sustancia
in vitro para los nuevos experimentos interestelares,
en cada centímetro de los labios, hay noches de inclemencia
que se abren a la fugacidad del calendario, no a la vida que sigue
en sus diversas formas. En su mutable apogeo.

Quizá nos toque, todavía vivir muchas aventuras: después
de todo estamos confinados a ser productos enlatados, rostros
abiertos a la hojarasca, bichos raros lanzados al fuego.

(Al final ya no importa en qué lugar he dormido, ni quien me asistió
en el sueño, ni quien quemó mi carne, ni quién bebió el semen
de los fantasmas, ni qué color tiene la neblina en la oscuridad;
siempre surgen las viejas explicaciones, el oficio de mentir,
cuando sólo tenemos una edad para vivirla sin más sangre y fuego,
explicaciones históricas de nuestras narices hundidas
en el fango, en los hierros heredados de la noche.)

Nos urge después de todo, la claridad, darle crédito al desahogo,
tenemos en común la fiebre, la sedición estatutaria del aire,
la miseria con la que nos convertimos en escoria, las deudas
que nos desnudan a cada rato, por supuesto la inclemencia acumulada
desde la oscuridad de las calles.
Siempre las mismas excusas del espantapájaros en el umbral
del hambre; siempre al borde del hollín de la noche, en medio
de la furia del País sin que seamos inmunes a la violencia.
Nuestros poros están copados de colmillos y desatinos…

Barataria, septiembre de 2011

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