domingo, 26 de diciembre de 2010

VITRAL INCONCLUSO

A menudo los vitrales son astillas o fósforos quemados
en el racimo de cada minuto acumulado. Las briznas tienen
envoltorios de menta, domingos de limosna, o bolsillos apretados
al brasero de andenes estrafalarios.
No sé si pueda escribir con buenas intenciones el paraíso.
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VITRAL INCONCLUSO




He intentado escribir el Paraíso.
EZRA POUND




A menudo los vitrales son astillas o fósforos quemados
en el racimo de cada minuto acumulado. Las briznas tienen
envoltorios de menta, domingos de limosna, o bolsillos apretados
al brasero de andenes estrafalarios.
No sé si pueda escribir con buenas intenciones el paraíso.
Ahoga cruzar la calle sin anteojos, y hablar de la vendimia
y sus ambigüedades, y ponerle compresas a los brazos hasta quitar
los perros negros alineados en el talud frío de la misa del Gallo.
—Durante las semanas, usted y yo, lavamos en casa las cicatrices
del murmullo y la melancolía: tasamos el trajín con su sigilo.
Veo la luz en la lupa de los gritos, en los aparcaderos
de las bicicletas, en la orina de los perros, agolpado musgo
del trópico: ay, la sangre revuelta en el vómito, —esos recuerdos
sin farmacia en los muelles,
esas banderas izadas en la breña, esos mariscos agonizantes
en la punta de la lengua.
(Nos toca morder los calcetines y lavarnos con la boca; pinchamos
Los globos de las orejas, abiertas lunas de la vigilia.
Vos, de seguro dormís sin pensar en las calles, en los huelepega,
Sin los alfileres asomando su dolor; las arañas tejer bufandas
De saliva sobre las sienes mías; de esta manera pienso en trajes
Diferentes: los arcos de la desnudez sin cáscaras, las esquirlas
Del gemido como un largo viaje,
Los tropezones, no en el césped, sino en las varices de las raíces.)
Cada nombre que he visto es un tren o un barco o un asno.
Los días soleados cierran los párpados de las paredes, —vos de nuevo
en la oscuridad metálica del reloj,
en la noche que me gasta los juguetes de mi cumpleaños.
No hay nada cierto cuando le hago preguntas a la noche: cada
persiana inventa cerraduras, supersticiones que ya no caben
en mi casa, ni en la garganta que ha acumulado patios inciertos.
Muerdo la crin de la grama cada vez que las veraneras montan
en el arcoíris su cara de floreciente luz.
Todo el paraíso sabe a mis zapatos: he gastado mi alegría abriendo
las alas infructuosamente de la lumbre;
y sólo he obtenido la nostalgia de mis deudos (la tuya, también,
que ha muerto el paisaje de los féretros, que zumba en los tomates
mordidos por las ratas, —que pertenece al abandono de los pájaros
en pleno alero de granito.)
Nada, pues, está resuelto; salvo las goteras de los buitres,
salvo la osamente trillada en la orina, la desnudez portátil
de los vídeos, las mortajas que llevan mis palabras al infinito.

Barataria, 25.XII.2010

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