domingo, 19 de diciembre de 2010

SOUTH SNIDERVILLE BASIN

Por las noches más tabaco que de costumbre, las tijeras del frio
rondando Las sabanas, los perros encabritados en el sótano
de los armarios.
Algunos odian esta nieve despiadada en las aceras y los aparcaderos:
odian la saliva congelada en los grifos, y desnudez de la desesperación.
Fotografía de André Cruchaga





SOUTH SNIDERVILLE BASIN




Un cuervo se posó en el árbol que hay frente a mi ventana.
No era el cuervo de Ted Hughes, ni el cuervo de Galway.
Ni el de Frost, ni el de Pasternak, ni el cuervo de Lorca.
RAYMOND CARVER




Por las noches más tabaco que de costumbre, las tijeras del frio
rondando Las sabanas, los perros encabritados en el sótano
de los armarios.
Algunos odian esta nieve despiadada en las aceras y los aparcaderos:
odian la saliva congelada en los grifos, y desnudez de la desesperación.
En el desierto, los colmillos de la sal petrificada muerden los calcetines;
luego, las ardillas monótonas del whisky empañado de espejos.
En los pétalos de las rosas quemadas son incontables los suspiros:
—de pronto uno se acostumbra a vivir con esta naturaleza muerta;
de pronto veo la cumbre tenderse sobre mis sienes.
Desde lo alto de las montañas las vísceras se hacen evidentes;
siempre estas geografías se vuelven espejo
y monedas en mi bolsillo.
Después de la lluvia del vértigo de las góndolas, retomo la lectura:
ando libros y postales asomándose a las estrellas, no sea
que se me congele la memoria.
La hoguera de la aurora se ha vuelto intocable, aún así, desvisto
el pergamino del agua, los mail que me llegan de otras lejanías.
(Toca al poeta, hacer un recuento de su aliento para reinventar
la transfusión de la poesía. Y qué mejor que convertirse uno en peregrino
de otra respiración aunque sea sin arcoíris.)

he andado, también, en lo inhóspito: el desierto salado, los límites
de la piedra y las minerías, las lámparas de los obreros,
las semillas electrizadas de la geografía.
He conversado con la cáscara blanca de la nieve regada por todas
partes, —y ahí, he sentido que canta mi pecho,
los caminos largos, transparentes, del infinito. He visto desfiladeros
atravesar mi garganta,
morder el cielo de los creyentes, limpiar los parabrisas,
sonreírle a los zapatos y a los abrigos.
Así he llenado mi cuaderno de notas como una aldea recién
fundada en la palidez derramada de la harina.
(Toca al poeta, ver la sencillez y la complejidad de la vida:
—las sonrisas se congelan en el rocío;
Mientras la guitarra de la Patria, —la de cada quien—, suena como
Un pergamino en la intemperie.)
Corroe como una vieja cicatriz
De escarabajos, como las manos ateridas tocando la máscara
De las arrugas y los retratos…

South Sniderville Basin, UTAH, diciembre de 2010

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