TÚ Y YO NOS PARTIREMOS PRONTO
Detrás del ojo, las
hojas ciegas del aliento.
El aire neutral de la
risa en temblores de humo,
los trenes de la
noche en el aroma de ceniza:
los días desiguales
del suspiro,
las grúas de las
enredaderas colgando del minuto,
de los secretos
utensilios del espejo.
Seremos viejos
cadáveres velando la tierra.
(Viejos amantes
con la mirada hacia la tarde).
En cada oscuridad, la
ebriedad de piedras;
la infinita niebla de
las llaves,
la flor de la pasión
hecha silencio:
el tiempo nos enamora
de albañiles y sepultureros,
cada vez, en el
latido derrumbado del deseo,
la noche nos muerde
con sus raíces,
oscurece el aroma de
las preguntas,
la frontera del ojo
donde los muros no tienen puertas,
y la luz es diminuta
alcancía.
Cada vez jugamos a
ser menos claros, salvo la ropa blanca
de la mortaja dentro
de la fosa,
bajan escaleras la
lección de las manos,
las semanas con
cebollas,
los dientes mordiendo
la celulosa del camino,
la mosca carcomida en
la respiración del granito:
no alcanzan los
zapatos para desangrar la jaula
de la luciérnaga que
responde a la noche,
los bueyes decrépitos
del crepúsculo,
el pellejo enrarecido
de la oscuridad,
el mantel sobre la
mesa, la camisa lavada por los puertos,
el aliento sofocado
en los trenes de la sangre.
Hoy eres irreal
cuando cruzo tu pecho, irreal para abrazarte,
irreal tu cuerpo de
tantos días y años,
Sueño al pie de tu
cuerpo, duermo caminando entre tu sombra.
Tanto te he amado que
a veces te haces sombra,
sombra,
sombra anclada en mi
pecho.
Todos oscurecemos en
las aguas de las enredaderas,
en la ceniza revivida
de la yedra,
en esta tierra donde
nos negamos la boca y nos dividimos
los brazos, la
cocina, el perfume de las plantas,
el papel, la tinta
(«La carta en el camino» que un día leímos);
nos negamos el peltre
de la claridad,
el aceite, la sal, la
desnudez plena,
el latido de luz en
la garganta.
De pronto nos
alimentamos de la oscuridad:
la adustez de la duda
resbala entre
nosotros,
la baldosa de lo
oscuro borra toda memoria,
la piedra del yo
cierra los párpados,
la piedra de los
pezones quiebra mis dientes,
la piedra de las
manos asfixia la alegría,
el rincón del fuego
con su desvarío,
la piedra del polen
desvanece el olfato,
la piedra de la
piedra nos lanza sus arpones,
la piedra de la
pobreza nos desboca,
hunde en el pecho sus
alambres,
la piedra de la
herida hace sangrar los jardines,
la piedra de las
arañas nos enreda con su desdén mortecino
la piedra de la
lluvia carcome todo lo vivido:
el calendario con la limonada,
el aire con su río de piñatas.
«Tú y yo, nos
moriremos pronto. A la medianoche tan parecida
a todo a la
felicidad y a la tristeza es la medianoche pasada
alzando su torso
desnudo por encima de las atalayas» …
La piedra, en fin, de
lo que somos, nos hace caminantes oscuros.
Sí, nos paralizamos
ante la gran fogata de nuestros cuerpos,
esas mareas que tanto
amamos.
Caminantes fúnebres,
mi cabeza sobre tus pechos de filigrana.
Tú el mayo del poema.
El mayo robado a los
suspiros.
Del libro: «Testamento
del pretérito», 2011
©André Cruchaga
Imagen fotografía de
André Cruchaga
Barataria, 2011

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