FLAMA
Mar de ansia y del delirio
—he aquí…
SAINT-JOHN PERSE
en la estancia de madera el fuego hecho
de contagiosa religión: dentro del pabilo el papel lacrado en las manos el
metalenguaje como un vitral inefable en la redondez de la gota de tinta que
quiere convertirse en poema y luego marchar a través de la inmaterialidad del
aliento entre esa luz y las reminiscencias del crepúsculo la persiana de los
sentidos pronuncian la claridad una y otra vez respiro en el ciego plato de la
sombra que me alimenta no importan las semanas y los meses toda la pesadumbre
de mi memoria colgando de todos los crímenes del sueño —a menudo me ata la
pobreza de mi risa los túneles impasibles de la garganta la mano confundida de
la polilla agazapada en la fábula de los tiempos: me sigue sucediendo el tiempo
con cierta demencia ¿qué abrigos invento para mis huesos? ¿ qué imágenes dejan
de ser voraces en los ojos allí donde cruje el sexo desangrado? vivo en esta
suerte de préstamo del calendario y su ataúd en la fila residual de los
tragantes ahí donde el alba es trágico azogue mínima ternura en la jerarquía de
las cucharas ya no sé si por costumbre reincido en el mismo velorio de mis
pensamientos casi a punto de ser extraña criatura en medio de la luz nazco y
muero en la mueca de la pesadumbre: mi demencia engendró espejos de tedio y
fábulas de nocturnos pómulos quizá la lluvia o el fuego lo resuman todo: las
manos sobre la mesa sólo fue un sueño de proporciones iguales al vacío —cuando
fui consciente de la pobreza opté por el sacramento de la intemperie y por la
lluvia interminable de la avidez olvidado de todo paraíso la acumulación de
calles y portales los sonidos huecos cruzando la conciencia hasta colmar de
angustia las aceras si hay algo que aja la noción del poema es este folio de
hollín mordiendo el entrecejo la meditación sobre las armónicas sepultadas y
esa tinta negra que sale de la boca con afasia de migajas me duele el trasluz
de las vigas que danza como un fantasma equilibrista en medio de los sonidos de
la resina del eucaliptus a veces es la escarcha del crepúsculo la que está sobre
el plato: la boca atardece en la taza de café luego los ronquidos de la noche
como el aguijón de los nombres agudos los trenes líquidos del suspiro en el
largometraje del pie forzado de la décima me quedo así donde («hierven las
cosas consumidas por una llama hambrienta que ya alcanzó mi calcañal y muerde
me está doliendo el mundo revienta como pústula me duele en mí como un templo
destruido») atrás de las puertas la rugosidad de los tapiales y el polvo
temible que colma mis poros es aquí donde invoco el arca aunque sólo sea para
que mis ojos se salven una sombra tras otras en los sonidos del lenguaje…
Del libro: «Incendios giratorios»,
Barataria, 2013
©André Cruchaga
Imagen André Cruchaga
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