miércoles, 1 de mayo de 2024

ENRAMADA INDISOLUBLE

 

©Pintura -Oswaldo Guayasamín


ENRAMADA INDISOLUBLE

 

Cegado el polen, el aire, la luz, disueltas las palabras, ahogadas

las esquinas del vértigo, volvemos a la irrealidad del horizonte:

el cobertizo y la chamiza acumulan sombras petrificadas,

los troncos de nuestra materia enmohecida, los días idénticos

a los azacuanes o zopilotes, los días con un crucifijo en el corazón.

¿Podemos, acaso, anunciar el desfallecimiento, el humo amargo

de la memoria, todas las noches juntas que ardieron en el desierto?

—Debajo de mis venas sostengo la pústula nocturna que mordió

el aliento, la piedra que deshizo mis zapatos, las ramas entrelazadas

con una trompeta de batallas fenecidas.

 

Cuando el día es lo suficiente claro, no se necesita de árboles

dispersos ni de candiles para que acompañen la soledad.

En los días venideros descubriremos el Ave Fénix con cuerpo

y rostro sin las cenizas de la noche.

 

Hablo con mi sombra, —claro— indisoluble en el follaje.

Mi sombra epicentro de olivos de antepasados,

desbordamientos como ceniza de tormentas acumuladas abriendo

la boca, hermosas muchachas de ensoñación, desesperada mi égloga

anciana, plumas de pájaros en las horas del día, luego la lengua

de mi prehistoria, fija, perenne, perdurable,

soportando todas las devastaciones, soportando al cuerpo que anida

aves de rapiña, dientes de humo, movedizos sonidos que hacen

del tiempo una desnudez insoportable, descendida a un campo

de fantasmas colosales, la pobreza.

 

 

Del libro: «Final de espantapájaros», 2013

©Pintura -Oswaldo Guayasamín

©André Cruchaga


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