jueves, 26 de abril de 2012

LA ÚLTIMA CALLE DEL CREPÚSCULO


No sé si habrá otros fantasmas que vengan con la lluvia, qué otras cosas veré
al descender a la noche, junto al tapial sordo de la niebla. Hay días colmados
de embriaguez, días de ponzoñosas esferas, días de encajes con espumas,
recuerdos colgados del tejado.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




LA ÚLTIMA CALLE DEL CREPÚSCULO




Entre calles, los zapatos y el granito, las esquinas crecidas de rumores, el yo galopante del cristal en los relojes de aquel caminar en un día fijo. Confundido por el ardor de las monotonías, el animal que soy henchido de sombras, el miedo clarísimo al grito que desbanda mi ya agotado silencio. Esta quizá sea la última calle del crepúsculo que transito junto al vocerío del aleteo, sobre el pulso, los grises atropellados del sol menguante del horizonte: el pálpito siempre en fuga como el viento, —la claridad, a menudo, no sólo se respira en presencia de la luz, sino en la posibilidad de lo humano, en el tren del aire que derrama su propia armonía. (Un día, dejaremos la premura y lo lóbrego, aquel vértigo de acequias suicidas, la lápida y el escombro sobre el pecho.) Pensándolo bien, no sé si esta es la última calle del crepúsculo. No sé si habrá otros fantasmas que vengan con la lluvia, qué otras cosas veré al descender a la noche, junto al tapial sordo de la niebla. Hay días colmados de embriaguez, días de ponzoñosas esferas, días de encajes con espumas, recuerdos colgados del tejado. Al caminar, la fiebre del sonambulismo vuelve real las semanas de hambre, los esqueletos que caminan como lienzos de agua, las estaciones extrañas de la carpa, la danza ciega de los juegos sediciosos. En medio de las calles, el trajinar férreo de la ceniza.

Barataria, 26.IV.2012

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