miércoles, 28 de diciembre de 2011

SUITE EN EL BOSQUE IMPOSIBLE DE LOS AMARILLOS


El tiempo nos mira con su follaje de cántaros, a manos llenas
el diluvio de las pupilas, los ojos desplomados en el placer,
quizá el pubis trastornado en su propio vitral cárdeno.
Fotografía de André Cruchaga





SUITE EN EL BOSQUE IMPOSIBLE DE LOS AMARILLOS




Quiero llegar a un bosque apenas sensitivo,
hasta la maquinaria del corazón sin saldo.
Yo quiero ser diciembre.
LUIS GARCĺA MONTERO




En los bosques amarillos los peces se hacen inolvidables como las pupilas
al trasluz derretido de los carruajes que nos llevan al cuerpo
de los espejos, bebemos la memoria en sorbo de bosques, cielo azul
en el armiño, bebiendo los pies en el mito del resplandor del tallo gutural
de la balanza, las palabras útiles encerradas en el sostén del suspiro.
Estamos sitiados por el palpitar de las piedras, de pronto las ramas
levantadas del alfabeto, el tren del éxtasis de los senos,
el litoral de las campanas en la contraventana del azogue: todo nos es
dado en cada pulgada de camino recorrido, el árbol que murmura
en el amarillo del arrecife, la voz se ha vuelto enigma en los lóbulos,
intermitente roca en el torrente de los muebles:

llegamos hasta aquí con el sueño hasta en los calcañales,
ay el placer de los vilanos en el calor del cuerpo, de los cuerpos frente
al fanatismo de los ojos, convertidos en esfinge, cielo en la pira
del aliento, miel cristalizada en la albahaca del cuaderno;
nos baña esta suite de murmullos: el heater en la sábana del césped,
los días de canarios colgados de los aleros de la lengua, la saliva
a punto de ser anillo al dedo del gozo, por encima de la nieve
que traslucen las ventanas del horizonte;
nos volvemos a la sangre del pan diurno, a las sombras domesticadas
por los zapatos, la lámpara negra de los cabellos, dispersa en la sabana.
El tiempo nos mira con su follaje de cántaros, a manos llenas
el diluvio de las pupilas, los ojos desplomados en el placer,
quizá el pubis trastornado en su propio vitral cárdeno.

Nos hemos acostado sobre el mimbre de cada pálpito, sobre la bandeja
de la tierra, en la sed bestial de las colinas que llegan a la boca.
Vos suspirás junto al muérdago que se eleva hasta las sienes,
entreabierta, casi inconsciente disfrazada de barcos seminales.
—Vos y yo, aquí, quemando las calorías del bosque, llenos de mundo
e islas aladas; vos, tatuada, frontal al tren de las gaviotas,
con la fuerza ilimitada de los relámpagos,
con insectos que pulverizan los sentidos, viento oblicuo como el suspiro
del tumulto de la ráfaga, cumbre donde la luz se vuelve éter.

Nunca fue en vano el tapiz de la canela bajo los poros, el furor
permanente de los sentidos, la enumeración de las aguas mientras
nos entregamos, mientras sangra la luz nupcial del sueño.
Después de todo, volvemos soluble la noche petrificada, salpicados
de rieles, desvelados en el desvelo de lo prodigo;
hemos ganado el vencimiento a la muerte, despiertos caminando
sobre el océano precipitado en las venas: en el trayecto quizá volvamos
a la noche, pero hemos caminado sin reparar en la luz y en el frio,
en la respiración de los durmientes, en los pinares de peces,
sin enloquecer de incendios forestales…

Barataria, 26.XII.2011

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