jueves, 1 de diciembre de 2011

DETRÁS DEL DESVELO


Detrás del desvelo hay titubeos y oscuros tragantes donde el viento
sopla durante las noches,
colillas de aviesas sombras, péndulos de murciélagos con trapecios
de almas cruzando el firmamento,
historias que se pierden como en un manicomio.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




DETRÁS DEL DESVELO




Abandonarme entonces
al sonido sin pausa de la tierra
mientras me vence el sueño algún instante
y me moja las sienes con su agua bendita.
VICENTE GALLEGO




Detrás del desvelo hay demonios de insaciables puertas. Hornillas
con impermeables invernaderos, dolidas fragancias de harina.
La voz tensa, cómplice de lo recurrente, otro tiempo de cipreses
en la vigilia del ojo sobre la llama tutelar de las historias inconclusas
del aire; Y es que, en la trastienda del aliento, perviven los murmullos
del oleaje, los desatinos respirados en silencio,
y hasta un oasis que nunca pudo quebrarse en las labores propias
del instinto. Ahora me toca viajar a través de un laúd de edades:
cumplo así, con el rincón circular del espejo,
alma en constante aleteo donde sobrevuela cada costado del aliento;
presagios que las manos han ido arrebatando a las funerarias,
neblinas que el propio aliento ha derramado,
en el desván de las aldabas, fuego a solas el pasillo ciego de las sábanas,
la luz arrebatada al presagio.

Detrás del aliento, también el musgo desmigajado,
el cristal fugaz del espíritu, el vado hacia el olvido tan necesario
en el trance del invierno. Tan necesario.
Hurgo qué hay en las habitaciones vacías, en esta euforia sin sentido,
sin nomenclatura: cada respiro se torna albedrío;
cada trance en el costado, ardido goce de pañuelos, emanación
de pálpitos, misterio de la conciencia.
Detrás del desvelo hay titubeos y oscuros tragantes donde el viento
sopla durante las noches,
colillas de aviesas sombras, péndulos de murciélagos con trapecios
de almas cruzando el firmamento,
historias que se pierden como en un manicomio.
Cuando llega el cansancio, las aguas se aquietan en olvidos,
y dejan de fluir, las ventanas duplicadas del élitro,
el vaso de la ansiedad con sus tentativas de vértigo, el aroma denso
y giratorio de los muslos, el cardumen con su levedad transparente.

(Me olvido, pues, de todo o, todo sale a flote: las esquinas
del aire en las puntas del rocío,
el pulso grave del trino, la maroma de la melancolía con sus giratorios
anhelos, el consuelo de alcanzar la gracia perfecta sin andar descalzo
alrededor de las brasas, sobre el rostro virgen de algún pétalo
esperando en la antesala del fuego.
Después de todo, he aprendido a vivir así: mudo ante el mortis
del jadeo, expectante ante los ruidos que devienen de la noche,
cauteloso antes de entrar al mapamundi de la mesa servida, antes
que la carne pierda su sabor a levadura,
antes que los brazos, solos, se pierdan en el vacío del mantel
de los poros enhiestos de la cópula. Luego, frente a mí, los ojos firmes
de la tortura: la realidad jugando a hundirse en mis sienes.)

Barataria, 18.XI.2011

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