lunes, 10 de enero de 2011

LA IDIOTEZ ME MATA


Delante de los ojos, tanta idiotez fermentada en el alma: la boca
como ojos secas de un otoño en desorden, los desechos casi
con ojeras en la garganta, los huesos que derrumban la carne
a punto del cansancio que los apuñala.
Imagen:Fotosgratis



LA IDIOTEZ ME MATA





…le bonheur voudra que sa langue s’englue
Dans le miel infini de l’idiotie finale.
ANDRÉ PIEYRE DE MANDIARGUES





Delante de los ojos, tanta idiotez fermentada en el alma: la boca
como ojos secas de un otoño en desorden, los desechos casi
con ojeras en la garganta, los huesos que derrumban la carne
a punto del cansancio que los apuñala.
Me carcome el tiempo con su hipo incandescente, el desvelo roto,
náufrago de la memoria, en momentos en que me asedian
las monedas del vejamen: en la sombra el usgo cambia los colores,
(la mesura está manchada por las arrugas de la piel)
en los rincones del aire me alcanza
el latido solitario del cuerpo, los sonidos de la salmuera,
los caballos dispersos de la lengua: esos otros alfileres que horadan
la carne con el barro antiguo de la ceniza.
De pronto me doy cuenta que estoy entre los páramos más adustos:
nada es en la memoria, salvo la caverna y sus dosis de oscuridad;
tanta torpeza me vuelve violento: grito, naufrago, en mi propia
locura, levanto el sos como una ola palpitante,
muerdo la joroba del cielo, incendio mis ojos que se desgajan,
pero admiro las catástrofes de medianoche,
los enigmas derramados por el zodíaco,
los vapores que salen inhabilitados de los poros,
este vasallaje deprimente de los surcos, —la perversidad enajenada
con todas sus costumbres, la virtud como un muelle descarnado.
(Hay que vivir en medio de este paisaje casi familiar:
Sacudir la horda de las sombras, doblar la entraña de las hostias
Y esperar o esquivar los designios.)
A menudo este reino es demasiado depravado: en cualquier esquina
bailan las mortajas y las huestes con sus aperos monstruosos.
Aún no sé el fin de esta muerte a pausas: —deseo acordarme del olvido,
de los cabestros y su regocijo;
quiero olvidar los perros que acechan en las calles
y el filo del sonambulismo, la docilidad de la espalda y las distancias
con sus fauces de cementerio;
quiero olvidarme de estar despierto y que los latidos son dementes,
quiero no ser el círculo del cordero, ni el crujido de la rama;
quiero no ser sin ser, la sábana que deshuese mis poros,
ni el disfraz de la tumba,
ni la bestia criada a ciegas duplicando sus colmillos.
Tanta idiotez me mata: hay bocas extrañas con lepra en los dientes,
hay potreros urbanos que rechaza el subconsciente, hay centinelas
en la tinta invisible de mi almohada…

Barataria, 07.I.2010

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