domingo, 1 de noviembre de 2009

Un día, amiga-André Cruchaga

Un día, amiga, reventarán los girasoles; y, tal vez, restituyamos
Esas aguas de los sueños y los brazos.
Ilustración:"Traslacortina"












Un día, amiga







Se posará una sombra descarnada sobre el rostro sumergido.
CÉSAR PAVESE





Un día, amiga, reventarán los girasoles; y, tal vez, restituyamos
Esas aguas de los sueños y los brazos.
Un día usted y yo, amiga, estaremos desnudos en el planeta de la cavidad
Más oscura de las tentaciones,
Quizá sobre las ramas de los ojos, quizá sin los puños de la duda;
Usted y yo, disueltos en el grito, leves de alas,
Despeñando las bocas en los alelíes, encarnados en el jardín de la mañana.
Un día usted y yo, amiga, seremos lo que busca en las profundidades
De la tierra; no tendremos espátulas, sólo la oscuridad de la tierra,
Y los cabellos tendidos como una calle.
—Pero seremos jóvenes en la luz. Seremos soledad desnuda.
Seremos, usted y yo, mineral del pensamiento. Noche dolorosa, quizá,
Pero venerable en lo humano que nos queda.
Un día, amiga, seremos viejos, muy viejos. Para entonces, nada tendrá
Sentido, salvo la pesadez del calendario sobre nuestros ojos.
Seremos, acaso, dubitación de la hojarasca.
—Cuerpos bajo piedras, mudos de tanto esperar el traje de la conciencia,
Esa suma de relámpagos que hacen la luz.
Un día, amiga, tristemente ya no será Rita Hayworth, o Rita Hepburn,
Ni la Scarlett O'Hara en el film Gone with the Wind,
Será la sal devorando las mejillas,
Será el vidrio inoíble en mi desvencijado rostro de eremita.
Todo es hoy frío y abrasada comida de la muerte. Sigilo, acaso.
Sombra entera. Tortura de pústulas. Castrado cometa en las axilas.
Usted y yo, amiga, no somos Lázaros para resucitar en la saliva:
—Ni peces para bracear en las goteras de los tejados. Ni pararrayos
Para detener por un instante los coágulos de la herida.
Sólo esta hojarasca que tiene su concierto de sonidos.
No somos definitivamente luz para el estupor. No lo somos aún vestidos.
En honor a la verdad duele consagrar el óxido en las manos.
Duelen los testículos atados del granizo, pensar en las luciérnagas
De su pubis, delirar en el producto final de los colmillos,
No salvar siquiera el nombre de los óvulos, la desaparición de los zapatos,
Quitar el paraguas para reconocernos.
Un día, amiga, veremos en los muelles los fracasos.
El hongo monolítico de los codos sobre alguna persiana,
Las palabras en lingotes de cirios, la propia identidad incinerada,
Y esta querella mía, siempre por el nido: destino que siempre acaricio
Como un salmo, como una casa con trinos.
Allá, amiga, nada quedará de nosotros, si siquiera los bastones,
Ni este galope descarnado en mis libros,
Ni este peso de brasa subterránea, ni siquiera la ceniza de los zapatos,
Ni la campana de las emociones que nos volvió ligeros.
Un día, amiga, usted y yo en algún parpadear del firmamento,
Seremos parte de ese promontorio de ojos apagados en estatuas,
O tal vez un simple ventisquero de esqueletos.
Usted y yo, que sobre la otredad de las canículas vamos…
Barataria, 31.X.2009


2 comentarios:

Ana Muela Sopeña dijo...

Un poemazo, André.

El amor y la muerte. El placer, la belleza y el inevitable paso del tiempo con la decrepitud y la muerte.

Impresionante

Un abrazo
Ana

André Cruchaga dijo...

Gracias ana María, por tu comentario. Me alegra que te guste este poema, tiernamente doloroso. Descarnado en toda su complejidad, duro como el desdén de los días; dificil, de digerir por las gotas de sal del sigilo. En uno, en el ser interior hay tantas cosas: hechos, emociones que desembocan así, como un terremoto en el poema.

Abrazos,

André Cruchaga