miércoles, 2 de abril de 2008

Elegía Novena_André Cruchaga

Ilustración: Carl Carstensen.






Elegía novena




Cede ya la noche profunda.
Goethe




Allí, al fondo de siete candelabros,
Iluminamos el alma o los días padecidos,
Perdidos en las sombras, sin la palabra dócil
Del Espíritu, sin los siete dones: La Gracia, La Paz
Tan necesarias para levantar la sangre,
Ver el Principio y el Fin de las cosas. La cruz,
No en el hombro, sobre el pecho. Verte. Vernos.
Venir o ir en el arrebato y ya con cabellos
De lana transformados por el gemido,
Por el temor de lo que no somos dueños.
Fuimos fundidos en las aguas del fuego. Goteando ceniza.
Nunca se advirtió el miedo y sí la muerte,
Sí la Nada comiéndonos. Mutilando esfuerzos.
Sí la noche con siete estrellas huidizas
Goteando quejidos imposibles, rechinando sus vértices,
Sobre los siete ojos del lenguaje y la ignorancia.
Porque a fin de cuentas es ésta la borrasca: Insta
A no ver la claridad de medianoche,
Ni la oscuridad rotativa que la circunda.
Ante el asombro perdimos toda libertad. La brida.
Padecimos el flagelo de los cascos. Nos inmolaron
Desde el viento del horizonte hasta el ara de la tierra,
Donde la ira se disfraza en los cirios.
No sé si alguna vez fuimos justos. Sólo tú. Sólo yo.
Ambos tuvimos intérpretes diferentes.
Sentados en el solio del gozo nos volvimos irreconocibles.
Perdimos y ganamos con el disfraz de la fiesta.
Morimos. Estábamos empeñados en eso:
La deshora. La noche. El patíbulo.
Morimos, no. Murió la fe. A menudo es lo mismo
O peor. La fe plena no es lógica. Se evoca. Se invoca.
Salvo excepciones indulta cualquier zozobra,
O se convierte en llave para no abrir el abismo.
Morimos frente al escorpión de los meses. No.
Murió la razón. El sendero de la luz. La tregua.
Nada ha quedado que suavice el lenguaje:
Ni trino, ni resplandor, ni con qué arroparnos.
Sólo la oscuridad maniática. Los colmillos de la intemperie.
El trueno bestial del reproche: Diademas de sal.
Ninguno pudo beber vino. Sólo se bebió tormento
Como si se tratase de asir el cáliz de Babilonia,
O la hoz que ciega la dulzura de los ojos.
Ahora vemos descender la piedra del desasosiego,
El mar que se aleja con sus marineros a cuestas,
Y un muro levantado con tu cuerpo…
Barataria, 17 de febrero de 2004.
Del libro inédito: Elegías.
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