Imagen pintura de Man Ray
HUELLAS EN TU RESPIRACIÓN
En medio de la noche y de la
soledad,
Danza como una antorcha su fantasma en el aire.
CHARLES BAUDELAIRE
Cada
calendario tiene diferente ropa de perro doméstico,
ahí van
quedando las huelas como un largo cuello de cisne.
Hay
pesadillas en la sombra de los colmillos,
que
atardecen en jaulas con pájaros de desencanto,
y en ese
abrevadero sin piedad de las entrañas que nos atan.
La sábana
de la intemperie rompe los labios.
La bestia
ciega de la noche hace jirones las alas nuestras.
—¿Dónde
estuve antes, obcecada, (una litera de gotas)
de las
falsas alegorías, de los pies rompiendo las nubes?
Nadie lava
el alfabeto en medio de abismos.
Sobre
gradas agolpadas en los poros descendemos
en el tacto
que reclama al viento ciertos
acertijos
para acariciar el vitral monocolor de la hojarasca.
El cielo
devora los últimos tragaluces del insomnio.
Los
brebajes son una retranca para el olvido.
Imposible
tejer la roca inerme con la saliva de los pájaros.
Imposible
abrir la puerta del infinito solo con el pecho.
Los días
soleados organizan minuciosamente la caligrafía.
Dafne
sobrepasa cualquier señal de pañuelos o sábanas.
La
acechanza va más allá a cualquier cubito de hielo
en las
sienes; hay huellas de sangre en la terraza del despojo.
Ante las
ausencias cualquier color es bueno. Esta ausencia
marcada por
la memoria, empeño de los ojos en una ciudad
inmensa,
donde todo es sustituido por vigilias de sangre.
Ahí un
zoológico de cuchillos insistentes
evidencian
las huellas que nos deja el polvo del dolor,
el deseo
secular en los prostíbulos bautismales de la progenie,
y esta
lápida de comejenes en el pecho, Daphne.
Por eso en
el rojo de la medianoche, en el rojo de los pezones,
bebo
hostias nutrientes, también la incertidumbre de un pétalo.
(Dime
que no simulas cuando entras a la zona del delirio,
dime
que el reino nuestro está en este mundo,
dime
que entrada la noche no seremos cazadores furtivos,
dime
que no guardaremos el follaje en armarios en desuso,
dime
que el musgo no crecerá en las ventanas).
El escombro
diario que deja el estiércol deteriora mis zapatos.
Corroe el
ángelus, el Padre Nuestro y torna en óxido la hora
primera no
la postrera de nuestra «vía purgativa.»
Siempre los
espejos son un largo camino en el deseo.
A menudo
inmolamos los hangares de las retinas.
En los
jardines del búho únicamente hay sombras.
De vez en
cuando en los peldaños de la piel se juegan
exorcismos
y otras sustancias que nacen de tus entrañas.
De vez en
cuando la luz nos muestra los cántaros rotos
de la
fantasía, la sal constelada del sollozo,
la lluvia
temprana de las cartas y las fotografías.
¿Hasta
dónde la zarza del vértigo toca la niebla,
o se torna
arma secreta en los senderos,
en las
baldosas de la bruma?
—Uno
siempre va ascendiendo a los jeroglíficos del despojo,
como una
burbuja en medio del mercado.
Alguien
transita a través de los pedazos de historia.
Alguien se
vuelve indecible en la noche, Junto a la apoplejía
de los
discursos que de pronto devienen en congoja.
Ser uno es
quitarse las dubitaciones, los muros en derredor
de los
escombros, la macilencia de las patrañas:
—amanecer
corriendo contra la tristeza y las deflagraciones,
vaciar los
zumbidos de los guijarros,
y morder
algún pájaro en el territorio de la lejanía.
Del libro: «Traspatio», 2009
©André Cruchaga
Imagen pintura de Man Ray
Barataria, 2009

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