FERMENTACIÓN DEL CAOS
En el fondo la historia no deja de
ser la misma aunque de vez en cuando cambien los protagonistas y se profanen
las entrañas de siempre: algunas veces nos hundimos en la mugre de soledad del
pocillo de peltre del relámpago titiritero que se avista en las calles el grito
es el mismo en la gota de porfía de las sombras en las cuatro puntas
dilapidadas del polvo en la tormenta de aguas de la esplendidez de la ceniza
¿quién escapa de las cavernas del sobresalto con un surco de cadáveres y
atriles de sangre por todos los costados?
Cada herida es implacable en el aliento juro que quiero adueñarme de los
espejos saludar las espinas sin parpadear comulgar con mi fuga y quizás en manos
algún psiquiatra por aquello de Antonin Artaud de muchacho anidaba mis sueños
en las esquinas: la fatalidad sonreía ahí de manera socarrona al punto de
morderme con su filo de tigres y tarántulas detrás de cada mordedura me
desnudaban los cuervos con su ritual oscuro espeso de brasas de anegada gula y
sin disimulo —pero es historia es memoria lucha de animal contra los ángeles hasta
cierto punto asquerosa conciencia averiada de colmillos engaños como cualquier
bulto en las pupilas claro uno debe también hurgar en la anatomía del odio en
el caos fermentado de los borrachos en las heces optimistas del llanto en los
amargos conformismos y los dolores de cabeza desde la noche entonces es válido
abrazar amorosamente lo pútrido dejar a un lado las disidencias de adolescencia
escuchar a Bach en sosiego pensar en la sensualidad de alguna bruja hacerle
guiños a la infamia porque a ella la comemos todos los días junto a vos país
tragedia del apocalipsis sediento muerdo la vastedad de los periódicos y lamo
las migajas que quedan en la lengua y me enrosco como un chucho encerrado en su
jaula nunca he pregonado la marchitez de la rosa como seguramente lo haría
Mallarmé ni me he sustraído a ella pero tengo una ramita de paz en mi pecho
suficiente para verla en el espejo sin que la falsa piedad se adueñe de ella
ahora me avecino a la tarde de mi cadáver y no me incomodan la ingratitud ni el
ser solitario de la epifanía: uno siempre tiene un apellido tatuado en la piel
de la ternura suenan tantas cosas que me dejaron ciego las luciérnagas resuella
la demencia con ojo de cíclope también el gusanito de risa que recobro en la
almohada cuando ya nadie escucha al pájaro de fuego que circuncida las calles
Del libro: «Garaje para fósiles»,
Barataria, 2019
©André Cruchaga
© Imagen Pintura de
Antoni Tàpies
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