ENVÍO AL ARBUSTO
DEL TIEMPO
Nunca recibí la hoja de tu aliento en mi estío, ni
aquella voz precipitada
a tierra. ¿En qué postal la lluvia mojó todos los
absurdos?
¿En qué minutos el elefante de la tinta con algunas
nubes rezagadas?
Hay otros zapatos que quedaron en el tintero, setas
del alfabeto
en la gaviota de antaño, dilatada voz sobre el viento.
Los mails arremolinados calcinaron los hilos del eco,
el mar arduo
de las pupilas, las aguas que el afán aprisionó en el
imaginario colectivo.
¿Qué es el tiempo sino este parto de espectros, abismo
gemelo de lo extraño?
¿Qué es el tiempo sino esta ventana huérfana
convertida en ladridos
y fantasmas, mueca de la locomoción de tanto crimen?
(Vos) pensando seguramente en el sexo ebrio del
grafito de fuego
y en las larvas que bajan, vertientes del precepto
desigual
de la macroeconomía de la lluvia en el barro del
templo.
Siempre fue bestiario el matadero de los alquimistas,
insaciable
la rosa carnal en el esplendor de invernadero de mis
cartas ajadas,
demolidas a fin de cuentas por albañales y el coro del
lodo enfermizo,
bisutería donde solo hay comensales de insectos.
En el cónclave de mi caligrafía entendí que estaban
cerradas puertas
y ventanas y que, aquel cortejo, tristemente era el
devenir del otoño.
Del libro: «Sintaxis de la fuga», Barataria, 2014
©André Cruchaga
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