AGENDA DEL PAISAJE
es el cuerpo deshilachado
que se desgrana en el collar
de nuestros sueños de olvido
TRISTAN TZARA
(Vamos, aunque no lo quiera hacia
lo inhóspito de las aguas derretidas en las sábanas. Allí los puchitos de
linaza colados en los juegos matinales del jardín o, en las horas nocturnas, al
antojo de las pulsiones del vaso. Día a día afilamos los labios de la sed,
despojamos las manos del frío, buscamos en la rama el pájaro de la muerte, nos
volvemos implacables en la bolsa de las ilusiones, dibujamos jaguares para que
muerdan nuestras vestimentas, desnudamos la fe en la oscuridad de los orgasmos,
el mismo fluir que a menudo se vuelve huraño, —¿podremos un día liberarnos de
esta muerte a pausas, romper las aristas de la desazón, escribir otro poema con
los gestos típicos del polen? Para reescribir nuestra agenda de arcilla,
necesitamos el sexo de las libélulas, la técnica del balanceo del mar o de la
tinta, los tranvías colgando de las esquinas de la madrugada) …
En la
bifurcación del collage evocamos geografías irreales, bordes,
atlas, las
palabras trasegadas del crujir de los topónimos,
la aurora
con sus pulsiones diurnas antes que mueran las sábanas:
—Por si hay
dudas, ya hemos reescrito la idiotez de la melancolía
en todas
sus formas posibles, hemos pintado la intemperie
de
escaleras y validado los desfiladeros de la agenda del paisaje.
Hacia
sueños que ya no conozco, —miradme— donde las mulas
se vuelven
obtusas y la memoria mero arbitrio de sinrazones,
la franela
de sal del viento, la desesperanza en ferrocarriles de carbón
con sus
viejos sótanos de oscuridad.
Nada es
hospitalario ni hay reciprocidad en las disonancias del tedio
Sabemos que
la bruma es una angostura interminable,
en su
magnitud no hay códigos amatorios ni cláusulas certeras.
Aquel grifo
de las aguas derretidas en la pared de la página
en blanco,
y el tiempo que se nos muere en nuestras manos resulta
letal y
profuso en sospecha;
dentro de
qué pan deben cruzar nuestras hambres, sin que las piedras
de las
morgues acechen los segundos del entresueño del tránsito.
Vivimos en
el espejismo de la trivialidad, oscilamos entre clavículas
de asco y
vértigos de horribles estatuas.
La pregunta
será siempre la misma. (La muerte será la
misma
muerte, aunque se disfrace de catedral en
nuestras vísceras,
aunque el polen extasíe el vuelo).
Ya no
aquella agenda paralela sin dentífricos y páginas arrugadas.
Sobre el
tapiz, las colillas y los sostenes, las edades transpiradas,
el
cansancio y la locura que nos llaman, un desierto de sangre
gritándonos,
gritándonos…
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