martes, 22 de noviembre de 2022

VIVIR PARA NO VIVIR

 

Obra pictórica de Joan Mitchell

VIVIR PARA NO VIVIR

 

Y todos estos huecos del cielo en la tierra en forma de sangre,

despellejan las oxidadas bóvedas de la conciencia, lenguas de filo

que nos separan, duros rastros que dejan los incendios.

Negras mandíbulas atraviesan la densidad de aves nocturnas.

Ahogos más allá de los que suponen las tumbas transformadas

en memoria, piedras aquello que comienza a ser horizonte,

mundo cada instante enredado en los ojos, largos ríos de ojos ciegos,

acaso forma perpetua de un tiempo que imita otros tiempos.

Despertamos, agolpados, excavando recuerdos, sueños postergados,

por desgracia, todo ha enmudecido, casi todo al unísono.

Justo en las calles, nos guían bostezos de sombras y se repiten

como huella de un destino que solo muestra suplicio.

El país se ha vuelto un paraíso del absurdo de perturbadoras conjeturas,

un lugar que ni siquiera se puede guardar en el bolsillo.

Entonces estamos signados a espejos de adustos espectros

a soñar con los muertos propios y ajenos, abrir solamente el agujero

del sexo bajo una historia de candelabros.

Cada vez la libertad tiene la tonalidad de las espinas, de lámparas

inmóviles en cuya flama hay un hastío de muros y matapalos.

Adormecidos el rocío se vuelve olvido, un mal cuento de flechas

de ceniza, una masa en círculos de la sombra.

Durante la noche, sin embargo, el sabor de la tristeza y la zozobra.

.

Del libro: «Mi memoria se ha cansado de llover y esperarte», 2022

©André Cruchaga


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