martes, 21 de junio de 2011

RAMA DE LA ESPUMA


Nada enturbia la espuma como el agua salobre del cuerpo:
pinturas al óleo, ramas de raída anatomía, aquel fuego de furias
bajo la sábana: enredaderas, abejas, lucha de contrarios
en pos del triangulo abisal del tiempo. Recuerdo que mi primer empleo
fue de vigía: desde el planeta oscuro divisé los escombros,...
Imagen de André Cruchaga





RAMA DE LA ESPUMA




Hay momentos de frío
en los que estrangulas palomas y te calientas con sus alas.
Hay momentos de gravedad
en los que sientes que has caído ya entre los que caen.
VLADIMIR HOLAN




Nada enturbia la espuma como el agua salobre del cuerpo:
pinturas al óleo, ramas de raída anatomía, aquel fuego de furias
bajo la sábana: enredaderas, abejas, lucha de contrarios
en pos del triangulo abisal del tiempo. Recuerdo que mi primer empleo
fue de vigía: desde el planeta oscuro divisé los escombros,
lo errátil de las palabras para sostener el equilibrio de las aguas,
cada faro fue homérico para mi respiración; en la distancia multipliqué
el parpadeo de las semillas, toda la memoria audible del fogón.

Mi segundo empleo ha sido, deambular por las calles, tocar puertas
con la urgencia del anhelo, desvelar la metafísica de las sombras,
buscar la acequia de los prismas. En este ir y venir, ser y no ser,
la espuma ha sido trofeo en los solsticios, respiración de mundos
confundidos. Y claro, hay ecos y memoria acumulada. Mi tercer empleo
ha sido, no sin algunas disyuntivas, el de cronista: al cabo,
hago recuento de manteles sin comensales, de espejos que han perdido
por completo su abecedario; escribo sobre el girasol que se esparce
en la memoria, —entinto las cartas aladas que le envío a la eternidad,
los kilómetros de instinto recorridos en las ventanas, las variadas
almohadas que han escapado de mis manos, los muertos
que han resucitado en la transpiración de las acequias. (Llevo días
haciendo agujeros en la arena de los litorales; la misma arena gris
de la noche, la sal opulenta en los ojos. Nunca puedo conciliar el toro
del insomnio, el caballo de la vigilia, la aparición de relojes oxidados
en el ojo de las moscas. Leo el pájaro negro, desplomado en la puerta,
los callejones de hambre que hace la espuma sobre el cataclismo
de los peces. Nunca concluye el grito de las ruinas, el socorro
que no llega en la sombrilla del cierzo, la Patria de la mujer que copula como
un campanario, la fuga doble de la monotonía.
Me he convertido, así, en una calle pitagórica: no hay intermedio
entre las puertas, sólo luz profunda, equidistancias de mi propia esencialidad.)

Al final, por supuesto, quedan las secuelas del trajín
y la fatiga inminente de la espuma; el susurro de la saliva escupida
al filo del día, los suicidios y la falsa democracia que se bebe
en tragos de aguardiente. —Y vos, desde luego, que nutriste mi alma
de gritos; sedujiste las larvas de mi carne, humedeciste con losas
el muñón del cielo, cada día de invernaderos en el litoral
de las brasa, arenas sumergidas en la noche.
Vos, sí, que después de todo roíste el aliento hasta irrevocar el olvido,
los transeúntes de las estaciones, la nostalgia sin remordimientos,
el adiós de los barcos con su propio latido de espuma.

Barataria, junio de 2011

2 comentarios:

Marina Centeno dijo...

Pues a quién hay que agradecerle todo este despliegue de sensaciones -André-, toda la sal vertida en las espumas, tu insomnio rayando mis ventanas y tu pluma profilera.

Aún despegándose del contenido original, el poema resbala como la marea en la orilla: expuesta hacia la arena. A veces suenas inmisericorde, a veces suenas como el relámpago en la noche, a veces ofreces látigo a la lengua y saboreas la herida. A veces traes la hiel en los bolsillos y cucharas repletas de hojas yertas.

Pero me gustan tus rincones, la soledad que abarcan, su negrura, la tristeza que cargas en los hombros y esa soledad que no se desprende de tu cabeza...

Un beso con nubes de silencio.


Marina Centeno

André Cruchaga dijo...

El poema es así, marina, omo lo describes cuando emerge de esos submundos de la conciencia; el poema es asi, tierra de todos y de nadie, libro de sal con palabras hurañas, hoguera del verbo en los esquíes de la espuma; ojo floreciendo en la cintura del aliento.

Gracias por tu comentario.

André Cruchaga