PENSAMIENTOS AHOGADOS
No solo el cuerpo y las manos, sino todos los
pensamientos
en línea vertical, hacia la disolución total del
pájaro de bahareque,
ciego de vivir, o ciego de ser sobreviviente en un
silencio de ojos
y de piel absolutos.
Sobre la marcha los esqueletos de los paraguas
sustraídos
de ese extraño sitio de atrios infinitos.
A ratos uno siente que se quiere perpetuar la
salmuera, el humo
licuado de los gritos, y ese guacal de telarañas como
un gusano
enrollado en su viscosidad natural. A ratos se es una
metamorfosis.
Tartamudea frente a mis ojos el lenguaje descolorido
de la tartamudez; El hilo de saliva trasluce el largo
féretro
de los abanicos, mientras alguien se ejercita hacia
dentro
como un atisbo, acaso, para lograr su silencio.
Otros habrán de claudicar en el camino junto a
candiles desasidos,
junto a esa doctrina incierta de la realidad que sólo
cuenta
con paraísos perdidos y diafanidades subyugadas o
ilegibles,
miedos, y la certidumbre de las manos vacías.
Crece el deseo de ser oscuridad con el deseo de la
bienaventuranza.
Crecen los carnavales y las carrozas, los servicios
fúnebres
y los cementerios, una nueva generación de torrecillas
virtuales.
Son grandes los flecos de saliva que emergen de la
televisión.
(Me dicen que hoy en día hay
silencios pagados y extrañas novedades.
Siempre está a quemarropa la
crudeza de las calles,
el espejo de la huida, o esa
sagrada verdad que, al decirla,
puede ser objeto de delito).
Hace poco no eran reticentes los tableros del camino.
Del
libro: «Paraíso de la demencia», Barataria, 2016
©André
Cruchaga
Imagen
tomada de Pinterest