Imagen cogida de la red
FOLLAJES POSTREROS
Van los follajes postreros del aliento
como rotos candiles: adentro, la voz irreconocible entre las ramas de la
oscuridad.
Siempre es extraño rumiar en la última
fila del nudo ciego de las mochetas.
(Toda la crueldad se nos arrima a los ojos, el ánimo sajado
de lo andado,
aun la voluntad convertida en mueca y su postura mosqueada.
Uno queda estupefacto ante el aluvión de los tropezones y su
caries de cieno.
La risa estira su carne hasta el hondo orificio del
desfallecimiento.
A veces, sólo quiero regresar al enajenamiento de mis
brazos, a las claras alas
del orgasmo, al pozo de sol del ombligo,
al horizonte de lunas de tus encajes, a esa pupila negra
donde penetra el fuego.
El conjuro es inmenso en esa piedra. Allí fluctúa el braceo plenipotenciario
de los peces, y se acentúan las rodillas, duras del aliento.
En cierto modo, la memoria arrea todos los pensamientos y
las querencias
y hasta las lluvias leves de la mímica.
En el ojo fatigado, largas gotas de tristeza como una
armónica desafinada.
Se agolpan las palabras rotas y los remordimientos, la
ceniza desnuda
el espacio de los poros y todas las vísceras hirvientes de
la intemperie.
Nada puede postergarse en la boca, ni la marcha, ni el
camino, ni la geografía
de cuanto nos ha tocado: solo se oye el eco inefable de las
alas.)
¿Cuánto queda, después de todo, de la
infancia, de los extravíos y convulsiones?
Tiembla el cuerpo cuando es acechado
por la carcoma, encima la tierra.
Barataria, 2016
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