sábado, 31 de diciembre de 2016

FOLLAJES POSTREROS

Imagen cogida de la red





FOLLAJES POSTREROS




Van los follajes postreros del aliento como rotos candiles: adentro, la voz irreconocible entre las ramas de la oscuridad.
Siempre es extraño rumiar en la última fila del nudo ciego de las mochetas.

(Toda la crueldad se nos arrima a los ojos, el ánimo sajado de lo andado,
aun la voluntad convertida en mueca y su postura mosqueada.
Uno queda estupefacto ante el aluvión de los tropezones y su caries de cieno.
La risa estira su carne hasta el hondo orificio del desfallecimiento.

A veces, sólo quiero regresar al enajenamiento de mis brazos, a las claras alas
del orgasmo, al pozo de sol del ombligo,
al horizonte de lunas de tus encajes, a esa pupila negra donde penetra el fuego.

El conjuro es inmenso en esa piedra. Allí fluctúa el braceo plenipotenciario
de los peces, y se acentúan las rodillas, duras del aliento.
En cierto modo, la memoria arrea todos los pensamientos y las querencias
y hasta las lluvias leves de la mímica.
En el ojo fatigado, largas gotas de tristeza como una armónica desafinada.
Se agolpan las palabras rotas y los remordimientos, la ceniza desnuda
el espacio de los poros y todas las vísceras hirvientes de la intemperie.
Nada puede postergarse en la boca, ni la marcha, ni el camino, ni la geografía
de cuanto nos ha tocado: solo se oye el eco inefable de las alas.)

¿Cuánto queda, después de todo, de la infancia, de los extravíos y convulsiones?
Tiembla el cuerpo cuando es acechado por la carcoma, encima la tierra.
Barataria, 2016

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