André Cruchaga
ETERNA
IDA Y RETORNO
(MONÖLOGO)
El sueño de anoche triple
cuádruple pleno plano Plinio
plinii secundi leo
Leobardo Leopardi lee de cabo a rabo
de cabotaje sabotaje
salvaje sálvame sargento argento agente
gente gentil genil genital
genuflxa general genérico genético
frenético sin freno sin
fresno sin fresco sin frasco sin asco
sintasco sintáctico
sintético simétrico similibus liber libri
la pobre mujer se
inventaba aventuras matutinas
que la dejaban exhausta
para cuando los demás llegaban…
Salvador Novo
Parece que en poesía como en otras áreas de la
literatura o el arte, uno se decanta por ciertos temas. Digamos que sin caer en
el mismo, uno está continuamente haciendo alusiones o reiteraciones, en el caso
mío, a la muerte. Desde luego no como fenómeno trágico de la vida, sino como
cambio, toma de conciencia. Nada espeluznante, entonces. De todas maneras, el
poeta cava en la vida bajo ciertos rituales, acalla la voz, o la sodomiza. Yo
deletreo en cada uno de los púrpuras del gozo. Camino alado en este mundo, o me
condeno a vivir junto a los retretes. De cierto que hay momentos en que la hoja
de papel en blanco simula una cárcel. De qué sirve morir sin Patria, sin país,
sin cobija. De qué sirve un orgasmo agnóstico, o uno que no apunte a una nueva
gramática y en cuyo caso a una fonética distinta. Uno huye como huyen los
imposibles, las fuerzas ebrias de las horas, el escondrijo del trino, las
ventanas desde las cuales nos gustaría morder los pensamientos. Nací en un
tiempo donde todo estaba concluyendo: había, sin saberlo, eso que llaman
acumulación histórica. Por suerte, aprendí a desabotonarme la bragueta, y a no
usar antifaces, pues siempre he sido un comensal común que deambula por viejas
calles y tejados de inevitable musgo. “Hacia el espinazo
del azogue, el fondo caprichoso de las oblicuidades./ Dilatadas las pupilas,
uno trastoca también con desmesura las lejanías / que perciben las pupilas, los
remolinos en círculos que hacen las hojas /
cuando caen, los trenes descarrilados del antes./ —En cierto modo, somos
fieles testigos del tiempo, / del
otrora rojizo de las herraduras y de los flujos aleatorios del tizne./ Debemos pensar si existe un estanque
de patetismos en cada rostro último / de
los dardos oscuros del aliento.” Mis poemas, aparte de adolecer de otros
defectos, sufren de agonía. Es inevitable la pelambre del alma en mi aliento; o
la muerte esperando que me rinda; es justamente el fuego el que siempre me
mantiene despierto, la brasa, sea brasa de madera, o colilla, o alguna estrella,
o el magma de la curiosidad. Para mi satisfacción miro sin lágrimas las
estatuas, las fotografías en blanco y negro de una lágrima cayendo en el
asfalto. Nunca el poema es una autolimitación, sino un desbordamiento poco
usual: quizás el único absurdo en este momento es pensar en lo desagradable,
proveer de descrédito una cabuya, faltar a la moral desobedeciendo a la lluvia
que refresca los embates del sexo. Yo adoro a los pájaros y a las mariposas:
porque son esa no muerte del poema y de mis anhelos. Adoro los jadeos como un
canto gongorino. En cada luz hay un camino de oscuridades; en cada insomnio una
vereda pervertida de osamentas, de trasiegos fallidos. Dios lo sabe. Oh, Dios,
lo sabes. Las distancias son siempre tan inasibles como los espejos. El
universo no es adánico y armónico. No, Dios, no lo es. No es cierta la ironía
socrática, ni fácil la brisa perenne frente a las concavidades. Uno sólo es
imbécil como yo, buscando la eternidad. Olvido que junto a mi existen vísceras
putrefactas y un poder al que no debo rebelarme. Claro uno debe tener dominio
de cierta semiconciencia, para entrar a las aguas ilimitadas de eso que se
propaga y nos extasía. El rocío y la claridad a menudo se sienten en la
garganta: la luz trazada en la carne que conduce a la posta ciega, última,
donde el hombre hunde su estertor. Después la muerte y su delicada forma de
azúcar; después el vacío y las vacilaciones, ese eterno huir y regresar, de la
danza al sosiego y viceversa. Mi imagen, debo aceptarlo, es de vaguedades. Lo
es mi poesía y ese vuelo perseguido por lo subterráneo.
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