André Cruchaga
ALTAS ALAS PARA UN VUELO
(MONÓLOGO)
Es una sensación del ojo interminable de una curva
es como una actitud de frío cósmico
tan frío, que la nieve entre sus rejos tirita,
desvistiendo mis lejanos rincones sombríos
en que abrazados buques, silenciosos, deformes,
se abordan en un beso sin rotura o naufragio
en el que los colores no son labios ni rojos,
tal es la mutación y velocísima.
José María de la Rosa
Aparte
de las metáforas internas, el poema en sí mismo constituye una metáfora. De ahí
que, resulta demasiado simplista hacer inferencias rápidas respecto del tema.
De hecho el poeta puede, por consiguiente, tener más de una línea
argumentativa. Siempre el destinatario es un lector. Un lector que muy
probablemente tiene la misma o parecida armadura, un lector cuya desnudez lo
saca de su semiconsciencia. Pero es la complicidad lo que en definitiva uno
materializa en el texto. Al menos en mi caso, sólo así la lectura se torna
edificante. Por cuestiones de temperamento y carácter, cada ser humano es
proclive a ciertas lecturas y temáticas. Un teórico, un erudito, un académico,
un intelectual, una persona avezada en estos menesteres, de seguro tiene sus
puntos de vista y argumentos. En mis poemas, a menudo sólo dispongo de la
noche, o de los olvidos que permiten que uno se distraiga de la realidad, o de
ciertas realidades. Hacia o desde los tantos aturdimientos, Louis Aragón,
Aleixandre o Alicia en país de las maravillas, Braulio Arenas, Antonin Artaud,
José Bergamín, Emilio Ballagas, o los Augurios de inocencia de Blake, José
Bergamín, Cernuda, Pound, Los cantos de Maldoror, o Cantos de vida y esperanza,
la lista sigue y a golpea con justa razón hasta la memoria. “Nadie intercede
cuando el desuso cae al vacío, —hay roturas y habituales/ retóricas de algo que los ojos no pueden
garantizar./ En presencia de la orfandad, ésta nos convierte en la peor
miseria./ Muchos sentimos la pesadez de los cascos en la boca, el trote de
sombras/ en plena salivación. Las caídas cuando son constantes, se amortiguan/ en
la memoria, luego la demasía las hace parte del escupitajo varicoso/ de los
días hondos que perviven en el cuerpo./ Hay tantas fotografías y espejos, que
alguien sin más se convierte/ en amanuense de esta oscura especie de reveses.” Sólo
meneo la cabeza y empiezo a olvidar muchos nombres. De pronto, oscilo entre el
escepticismo del cuerpo y el espíritu. ¿Qué destino final tiene el poema en las
manos del lector? ¿Qué atracción o contradicciones encuentra? Sobre esto podríamos
elucubrar largamente, pero vale la pena repensar este acto mágico de
conocimiento y deslumbramiento: la vida de las palabras. El del encuentro puede
ser amoroso y, en consecuencia, de satisfacción, o, sencillamente puede ser a
la inversa. Sentimiento válido, por supuesto. Mi presupuesto es que no se debe
hablar de la noche sin haberse ahogado en ella.
Uno tiene que ver también las magnificencias del tiempo. El problema es
que a menudo, hasta la lectura de torna una pantomima. El texto, sin duda, nos
da una manera de entender la vida, de cultivar la mente, de dejar a un lado los
desalientos o profundizarlos. ¿Qué busco en cada palabra? La luz, ese estrecho
camino del sendero iluminado, un mundo que me revele algo, o me haga volar. Es
hermosa la fuga desde las alas de un poema; uno se conforma con el roce leve de
ellas, tiemblan, son sagaces en las manos. Son orgásmicas. Pulsantes. Sin
puntuación parecen un desfiladero tenebroso, una lluvia enrarecida de rebuznos,
un pájaro de heces sobre una flor. Evoco las infancias perdidas en los
oráculos, Rilke, don Miguel de Unamuno, Los ríos profundos, esa tempestad de
Cien años…,don Cintio Vitier y aquellos seres tan fantásticos en el Quijote,
entre las flores del mal. Mis manos y mis ojos han presenciado la desesperación,
el sabor y desabor que me dejan los libros, es decir, la lectura. En este
momento sólo sé, que soy en la medida que me renuevan las intemperies, en la
medida en que me hacen tangible el evangelio del entendimiento. Ningún agravio
tiene la fuerza que el impedimento a la lectura. Quien amenaza o desdeña,
seguramente no ha entendido la corporeidad de las palabras, aquello del sentimiento
y el amor que muy bien acotaba Platón. Yo escucho, dulce, el latido de las
palabras, pero también ocurre que son bisturí, o magníficas alas, altas alas
para un vuelo interminable. A falta de atril, las ramas del viento y su hirsuta
neblina.
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