viernes, 23 de diciembre de 2016

TIERRA VISIBLE

Imagen cogida de la red




TIERRA VISIBLE




Acaso un día descansen todos mis ardores en la rama de luz violenta
de los estíos, en la gota de pestañas escupidas por la boca de la desnudez.
En la postrera sombra de mis ausencias, hay gritos que se rompen
en la dureza de las paredes: es como si de pronto hubiesen sido edificadas
para mitigar, como las oraciones, las tristes quemaduras de lo vivido.
Nunca se sabe con cuántos vacíos se dibuja el aire.
Nunca se sabe hasta dónde aprieta la hojarasca, hasta dónde soportan
las sienes la jaula del pantano que bulle como la muerte.

Hay un punto de cipreses en que las alas quieren aferrarse a la arcilla.
Nada es extraño a los ojos cuando ya el musgo es propio de los imposibles.
Nada más duro que caminan sobre la espina horizontal de los litorales.
Nada más cierto que el pájaro de granito abrasado por la boca
múltiple de los titubeos. Sueño interminables máscaras antes de bajar a la luz,
antes de escribir el sigilo perenne de ciertas tempestades.

(En los brazos del afán también la cópula de humo), la pobreza de todos
los días asentida, sin más extravíos que la mirada.
Es terrible cuando todo lo violento se apodera de nosotros como una sombra.
¿Cómo aprender de tanteos en un país que a diario se desmorona?

Después de todo, hay cierto lenguaje para el engaño, cierta hermosura errátil
en cada hoja que cae y se aquieta en su ciega palpitación.
Sólo tienen peso los días que no se adivinan, el viejo barro con sus peladuras.
(Lo demás es duro como los asedios cotidianos.)
Barataria, 26.X.2016

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